Desparasitar a un centro de arte

El preu de la llibertat

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Se suele llamar “sensación del miembro fantasma” al reflejo de dolor experimentado en una extremidad que ha sido amputada. Por diferentes motivos que iremos exponiendo, el Espai d’Art Contemporani de Castelló (EACC) parece la extensión de ese miembro. Un ente mutilado que todavía se resiente y, dañado, aletea errático para proyectar tan solo una sombra de lo que pretendió ser.

Artistas internacionales de la talla de Louise Bourgeois, Bruce Nauman, Jeff Wall, Lawrence Weiner, Ann Veronica Janssens, Dan Perjovschi o Chiharu Shiota expusieron en el centro de arte castellonense, que aspiró a convertirse en referente para intelectuales y profesionales del ámbito artístico (ya que nunca ha llegado a conectar 100% con el público local). Cada montaje expositivo y cada publicación o catálogo gozaban de una factura exquisita aunque luego ni siquiera tuviesen repercusión o distribución. Así, fueron cayendo en el olvido tanto el archivo expositivo como documental del centro que un día hasta contó con su propia biblioteca, auditorio, aulas, espacio para artes escénicas y cine, además de una cafetería cuyo interiorismo diseñó nada menos que Daniel Buren en calidad de intervención permanente.

Para comprender por qué ha pasado varios años semivacío, sin una programación regular, sin dirección, acumulando polvo, hemos de empezar por el principio. La idea y ejecución del EACC surge en el seno de la ya extinta sociedad Castelló Cultural, fundada en 1997, fruto del pacto político de Eduardo Zaplana y Carlos Fabra para compensar las inversiones económicas de la época en Alicante y València, que dejaban a Castellón en un segundo plano en materia de cultura. La iniciativa permitió construir y remodelar varios contenedores culturales -como el Teatre Principal y el propio EACC- e impulsar su programación con dotaciones millonarias inimaginables hoy en día. La creación del centro de arte fue considerada tan ambiciosa que se equiparó a la de proyectos tipo Terra Mítica y la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

En 1999 el EACC abrió sus puertas no exento de polémica, después de que la junta electoral prohibiera su inauguración por programarla en tiempo de campaña y ser considerada por la prensa como un arma propagandística del PP. En aquel momento Consuelo Císcar (a quien recordamos por su controvertida dirección del IVAM) era directora general de Promoción Cultural y Patrimonio Artístico (cargo que desempeñó entre 1996-2001) y puso al frente de la dirección del EACC a José Miguel G. Cortés (que acaba de dejar la dirección del IVAM) durante 4 años, hasta 2003. Apenas unos meses antes él gestionaba la -ya desaparecida- sala La Gallera de València. Tras su marcha del EACC no hubo concurso ni convocatoria pública, el puesto lo “heredó” el crítico de arte Manuel García, de nuevo a través de Císcar, quien ostentaba entonces el cargo de secretaria autonómica de Cultura y lo designó con carácter de confianza. La irregularidad de su contratación provocó que lo finiquitaran en seis meses.

Aplicando un rápido parche a fin de evitar más polémicas, Esteban González Pons (Portavoz del Grupo Popular en el Senado entre 1999-2003 y Conseller de Cultura i Educació de la GVA entre 2003-2004) propuso que dos trabajadores que ya formaban parte del anterior equipo del centro cuando lo dirigía Cortés, se perfilasen como directora y subdirector. Se trata de Lorenza Barboni, que ejercía funciones administrativas y de relación con los medios de comunicación, y Juan de Nieves, coordinador de exposiciones. Pero tampoco fue la solución esperada ya que la falta de entendimiento entre directora y subdirector dificultó el cumplimiento óptimo de sus nuevas funciones, de manera que finalmente de Nieves cesó declarando que, a su juicio, “el EACC de Castelló, por reputación y por prestigio, debería organizar un concurso internacional para elegir a su director”. Desconocemos si pensaba lo mismo los años que ocupó su cargo. En cualquier caso ni antes ni después hubo ningún concurso. En 2008 Barboni asumió en solitario las funciones de directora artística por orden de Castelló Cultural.

Mientras tanto, la programación del centro continuó reuniendo público casi exclusivamente durante las inauguraciones y ruedas de prensa, prolongando meses demás cada exposición a medida que los presupuestos iban sufriendo recortes. Los comisarios y artistas internacionales a los que se contrataba con asiduidad empezaron a constituir un gasto inasumible, lo cual provocó un giro hacia lo nacional y local a destiempo. Agentes culturales que habían sido críticos con la gestión del centro se vieron atraídos por la posibilidad de ejecutar proyectos en él y no dudaron en colaborar para situarlo en un punto del mapa en el que realmente jamás estuvo. No lo consiguieron pero la programación y lo que allí adentro ocurría siguió pasando desapercibido para la mayoría.

Sin embargo, tras su llegada en 2017, el actual director territorial del Institut Valencià de Cultura (IVC) en Castellón, Alfonso Ribes, percibió que el EACC estaba siendo gestionado por una plaza de dirección irregular, que debería salir a concurso. Se procedió al cese de la directora y su equipo, despidos que estos rechazaron y que fueron declarados nulos en un juicio a finales de 2018. ¿Qué hacer con una plantilla que presuntamente se articuló de manera ilegítima pero que tiene antigüedad y contratos blindados?

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Abordar la cuestión es tarea compleja ya que el IVC se está haciendo cargo de la programación del EACC y la esperada convocatoria a concurso para 2020 se retrasa por la pandemia. De este modo, aunque Barboni haya vuelto a su puesto de trabajo no lo hace como directora, entonces la dirección del centro depende de la gestión de un organismo político (cuyas competencias también son cuestionables). Hasta en las cuentas de redes sociales del EACC aparece hoy el IVC al frente, programador de la exposición que se acaba de inaugurar en el centro bajo el acertado título “SOS”, un proyecto individual de Vicens Vacca al que acompaña un texto y una actividad didáctica con el comisario Valentín Roma.

Juan Francisco Fandos, coordinador de actividades del espacio desde el año 2000, muestra públicamente una opinión favorable respecto de las exposiciones, aunque lamenta que el actual presupuesto -alrededor de 140.000 euros- les obliga, de nuevo, a diseñar propuestas más duraderas. ¿Está Fandos asumiendo de forma tácita el mando del EACC? ¿Por qué es el único trabajador que ha resultado intocable en todos estos años? ¿Cómo llegaron él y otros miembros del equipo que se han reintegrado?

Lo que está claro es que las dotaciones económicas necesarias para mantener el centro de arte lo han convertido en una especie de parásito a la vez parasitado. Que se hincha y deshincha según la época y el signo político que gobierne. Un contenedor vacío por largos periodos, yermo, en contraposición al momento dorado de apertura tan opulento. No obstante desde que se celebró el mencionado juicio no se había vuelto a hablar en prensa del EACC. Solo ahora que, tras largo silencio, inauguran una muestra aceptable, la anuncian a bombo y platillo. Tampoco las asociaciones de artistas y de críticos se han manifestado sobre la dirección, lo cual resulta muy extraño. ¿Habrá quien calle a la espera de que el puesto salga sin demasiada repercusión ni demanda para presentar candidatura? No será quien firma estas líneas, eso seguro.

La metáfora perfecta que resume pasado y presente del EACC está en la lectura que podemos hacer sobre la intervención “artística” que el arquitecto sevillano Santiago Cirugeda realizó en la fachada del centro. La llamada “Prótesis institucional” fue un proyecto diseñado en el año 2005 para dotar al EACC de un aulario solapado a su fachada, con un uso temporal de un periodo de 2 años. El proyecto, con aspecto de insecto metálico pegado al edificio principal, consumió tal partida presupuestaria que hasta 11 años después no hubo medios para desmontarlo. Apuntalado, carcomido por el óxido, aguantó hasta 2016 pese a la peligrosidad de desprenderse de repente por su deterioro. Pero ahí se mantuvo, como si succionara vida al centro mientras éste, desmembrado, se iba apagando.

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