¿Puede que vea machismo en todos lados? Sí ¿Puede que lo haya? También.

Otra vez lo han vuelto hacer. Si en el artículo anterior hablaba de una pseudopropaganda feminista – que no era tal – en la película de Star Wars: Rogue One, recientemente estrenada el caso que nos ocupa es justo el contrario. Podría hablar de propaganda machista, pero desgraciadamente no es una moda, no es un eslogan o idea promocional, es la vida en su conjunto. Porque como ya sabréis nos pueden acusar a las feministas de querer pervertir los valores de la sociedad con nuestras ideas tan revolucionarias sobre el respeto, la tolerancia y la diversidad, pero no podemos acusar a nuestros verdugos, a todos esos que hacen que el mundo sea un lugar más estrecho y cavernario si cabe. Nadie pone el grito en el cielo cuando sucede lo contrario, cuando los astros se alinean para que esas locas feministas no entren en ningún set de dirección, en ningún guión, en ninguna casa y dejen que el curso natural de las cosas sigua su camino. No se habla de la propaganda misógina, del panfleto neomachista, sexista y cosificador que supone esta película. Porque si cada parte es basura retrograda, la suma de todas ellas se convierte en un pastiche machista que repele a cualquier persona con dos dedos de frente y algo sensible. El mensaje hasta para los que no estén acostumbrados a leer entre líneas es obvio.

Este es el caso de la película Passengers, protagonizada por los iconos del mainstream hollywodiense Chris Pratt y Jennifer Lawrence. Dos jóvenes actores en la cumbre de sus carreras en una película hecha para encandilar a la audiencia con una tórrida historia de amor intergaláctica. Incluso antes de que empiece la película ya nos surgen ciertos tipos de dudas –nada a lo que no estemos acostumbrados ya– ¿Por qué vemos como algo lógico y normal que el interés romántico del hombre sea mucho menor que él? Pratt tiene 37 años y Lawrence 26; no es descabellado que ambos puedan tener una relación, puesto que la edad no debería ser impedimento, pero tengo la extraña sensación de que jamás pasaría al contrario. Y pocas veces vemos a mujeres con compañeros sentimentales de la misma edad en películas. Por no hablar que llegadas a una cierta edad, mientras el hombre madura y gana puntos de experiencia, madurez y sex appeal, ellas se vuelven viejas, feas y gruñonas, de las que no se les puede extraer una gota de amor y son relegadas a los papeles de madres y secundarios de lujo – pero al fin y al cabo papeles accesorios –. Incluso este sexismo encubierto no es nada con lo que viene después, una vez retiramos el envoltorio que disfraza una verdad más perturbadora.

nos pueden acusar a las feministas de querer pervertir los valores de la sociedad con nuestras ideas tan revolucionarias sobre el respeto, la tolerancia y la diversidad, pero no podemos acusar a nuestros verdugos

El argumento es el siguiente: una nave con 5000 pasajeros se dirige al planeta Homestead II para colonizarlo. El viaje dura 120 años – o algo así creí entender – y todas las personas se mantienen en estado de hibernación para poder soportar el largo trayecto entre la tierra y su destino. Algo pasa al principio de la película – lo habitual, muchos efectos especiales totalmente carentes de sentido y un guion que mi sobrino de 8 años podría mejorar – y el personaje de Chris Pratt se despierta del sueño inducido unos 90 años antes de lo que debería haberlo hecho. Hasta este punto todo lo que más o menos se podía saber e intuir por los promocionales y sinopsis distribuidas. A estas alturas de la película ya nos hemos dado cuenta que el dinero no se lo han gastado en un buen argumento, ni en un buen equipo de guionistas, sino en pagar a las dos caras más bonitas de Hollywood y en unos FX que tapen toda esta chapuza intergaláctica. A partir de aquí lo que vienen son spoilers, así que tenéis dos opciones: ver la película y luego leer esta crítica, o simplemente pasar de verla y ahorraros tiempo – y dinero, recordad que el cine se ha vuelto un carísimo pasatiempo burgués – valioso de vuestras vida e invertirlo en vivir de verdad.  La vida solo pasa una vez; creedme, no queréis montaros en el mismo tren/barco/nave espacial que esta gente.

Una vez tenemos todo esto en marcha, solo nos queda sentarnos a disfrutar de esta gran obra del espacio, sobre la banalidad del ser humano, sobre sentimiento de pertenencia y la inmensidad del cosmos. Pretender emular en algo a Stanley Kubrick, ese dios patriarcal y omnipotente, rey de la pedantería cinematográfica, debería ser pecado. Preferiría devolver y tragarme mi propio vómito antes que volver a ver esta película. La historia empieza, vemos la colisión de unos asteroides con la nave y como Jim –Pratt– se despierta. Después de un largo rato donde aún no se ha dado cuenta que es a única persona que no está hibernando, vemos como es la nave por dentro y todos los lujos que esta contiene. Incluso hay diferentes paquetes – como en los cruceros de nuestra querida y maltrecha Tierra – que dan acceso a diferentes zonas y servicios. Para saber más del ser humano y su obsesión con contabilizar y restringir el acceso a bienes que simplemente nos pertenecen por nacimiento, véase Capitalismo: una historia de amor – próximamente en los mejores parlamentos–. La película continua y podemos ver como el protagonista pasa todo un año solo en la nave y como varían sus estados de ánimos: desde disfrutar de todos los lujos innecesarios que ofrecen sus instalaciones hasta darse cuenta de su condena vital y que su hastío jamás tendrá fin, y si lo tiene solo se acaba con la muerte. A destacar tenemos la enésima mención descarada a Stanley Kubrick con una especie de barista androide, solitario a lo Resplandor, interpretado por Michael Sheen, quien es su único contacto “humano” durante todo este tiempo. Su rutina se ve alterada cuando conoce a Aurora – Lawrence –, sus días que antes carecían de sentido ahora tienen un propósito.

En el futuro, los androides trabajaran para toda la eternidad gratis, reíros de la reforma laboral del PP, los verdaderos esclavistas están en Apple
En el futuro, los androides trabajaran para toda la eternidad gratis. Reíros de la reforma laboral del PP, los verdaderos esclavistas están en Apple.

Hasta este punto podríamos hablar de una película algo mediocre típica del cine americano, pero nada más. Sin estridencias, ni comportamientos machistas, sin tratamientos pésimos hacia la mujer y otra reafirmación más del hombre como papel principal y todopoderoso. Passengers sólo sería otro blockbuster más, palomiterio e hiperespacial, un Cuado Jim conoció Aurora actualizado al siglo XXI. El problema reside en que Aurora no es libre, no escoge enamorarse de Jim, ni tan siquiera escoge conocerlo. Es una simple peón en el juego de otra persona. La chica es una pasajera más de la nave, y como el resto de personas, está en estado de hibernación para poder soportar la larga distancia entre la Tierra y su colonia de destino. Ella no despierta accidentalmente como Jim lo hace, el infortunio no le explota en la cara. Aurora sirve de Eva, de esa mujer hecha a medida, puesta en el lugar oportuno, en el momento idóneo para ese Adán que representa Jim. Nuestra joven protagonista sufre el mito de bella durmiente, como si hubiese estado toda la vida destinada a esperar ese momento en el que su príncipe –aquí un mecánico viajero espacial proletario– la despierte del largo letargo en el que andaba sumida. Y por mucho que queramos escapar, alejarnos de esta vil metáfora, en el film se cae una y otra vez en esta trampa. Pratt decide sobre la vida de la mujer, sin conocerla realmente, encaprichado por todas las cosas que ha conocido a través de sus escritos, de observarla enfermizamente en esa nave donde reina la soledad. Se piensa con el derecho sobre la vida de la chica a escoger por ella, a despertarla sin haber vuelta atrás, sin existir la posibilidad de dormirla de nuevo. Somos testigos de cómo el personaje se debate entre “el bien y el mal”, donde lucha internamente contra unos demonios que acaban triunfando y decide acabar con su profundo sueño.

Passengers sólo sería otro blockbuster más, palomiterio e hiperespacial

Durante un tiempo ambos conviven armoniosamente, batallando ella contra ese destino cruel que le prohíbe llegar a su paraíso cual Moisés en el desierto. Podemos ver algunas escenas tensas donde Aurora es capaz de transmitirnos esa frustración al saber que jamás se alcanzarán todos esos logros que siempre proyectamos, de saberse fracasada por estar enterrada en vida. Por si pensábamos que el existencialismo nos podía amargar este dulce, la historia se aleja rápidamente del drama. Nuestros protagonistas disponen de una inmensa nave de lujos para disfrutarla solos, y eso hacen. No sucede gran cosa en la película que no sea disfrutar de los manjares de los diferentes restaurantes, bailar en algo parecido al Just dance, o alguna escena de corte más intimista para simular que la película tiene algo de profundo y alejarse del Camp con el que tontea intensamente.

Podemos ver escenas tan tiernas como cuando Aurora descubre que Jim ha pasado todo un año sólo desayunando el pack básico – no había contratado el paquete Premium – y corre a darle de su almuerzo. Momentos como este hace que entendamos, o al menos lo pretenden, el enamoramiento de ambos. Porque sí, se enamoran. ¡Qué locura sería pensar que hombre y mujer pueden convivir en un espacio sin tener un interés romántico y tan sólo compartir una bonita amistad! ¡No en nuestra tierra! De momento no nos hemos dejado contagiar por esa locura de la camaradería. Se necesitan familias tradicionales para seguir atados a nuestras cadenas invisibles. Pero ese es otro tema. Sea como fuere, nuestros protagonistas se enamoran, y conviven juntos, sin encontrar ninguna solución a su confinamiento ni poder volver a su estado anterior de hibernación. Durante este tiempo tenemos que escuchar un discurso verdaderamente empalagoso y antifeminista, a favor del destino y como el amor los puede salvar a todos. Con películas como Passengers, el PP no necesita a FAES, a los movimientos próvida, o a Vox para que difunda su discurso político. Trump tampoco necesita ganarse a Hollywood, porque ya está en su órbita.

¿Supremacía blanca dónde?
¿Supremacía blanca dónde?

Con películas como Passengers, el PP no necesita a FAES, a los movimientos próvida, o a Vox para que difunda su discurso político.

El sexismo se respira en cada rincón de esta nave digna de la flota de Emirates mientras la historia continua en piloto automático. Ella se acaba enterando por culpa de Michael Sheen de que le había despertado y aquí comienza lo “bueno” de la película. Se enfada de verdad y se distancia de él, pero la cosa tampoco es para tirar cohetes. Se sucedes momentos de corte existencialista donde la vemos ejercer su oficio de escritora mientras pone poses de interesante. A Jim lo vemos hacer lo que él sabe hacer… ¿nada? SI la veis sin prestar atención os enterareis de lo mismo que si os mantenéis pegados a la pantalla. Se despierta alguien de la tripulación, un capitán o algo así – de color, para suplir la falta de caras de otro color que no sea el blanco pálido de los protagonistas –, para volver a morirse al cabo de una escena. Este les permite acceder a una parte de la que antes no podían llegar y acaban solucionando algo que pasaba en la nave y por la que iban a morir todos. Creo que Aurora tras vivir una experiencia al borde de la muerte le perdona y del resto no me acuerdo muy bien porque dejé de mirar a la pantalla. Mueren de viejos en la nave y cuando todos despiertan en el futuro comprenden que el sentido de la vida es el amor, y que el viaje más lejano que han emprendido tenía como destino sus corazones. Es mentira: despiertan y después de otro discurso melodramático vemos los títulos de crédito. Genial, por fin algo con calidad en la película; al menos puedo ver cómo ha dado trabajo a mucha gente, es lo único que me consuela.

Quien haya escrito esto tiene un conocimiento más profundo de la teología cristiana que de las proclamas feministas actuales. Es lamentable. Ahora que  el Opus también hace películas, espero que se dediquen a la comedia y dejen los dramas románticos de lado. Que Aurora perdone a Jim después de todo es lo que esperamos, es lo habitual. Que el hombre haga y deshaga a su antojo mientras nosotras solo somos espectadores, sufrimos sus desventuras e intentamos arreglar lo deshecho. Nada más. Lo revolucionario hubiera sido pegarle una patada espacial a Jim y volver a dormirse. Pero como el amor romántico todo lo puede, tenemos que ser testigos por enésima vez en la historia del cine, como el chico consigue a la chica y comen perdices y son felices. Desde mi óptica sería más bien: ella se resigna a un amor por el que sufre y que le condena de por vida a una muerte en vida. Sólo en un mundo desenfrenadamente consumista como el nuestro esos lujos accesorios de los que dispone la nave y ese amor egoísta, y para nada sano de Jim, podrían ser la excusa con la que engañarnos y pensar que la historia tiene un desenlace feliz. Aurora reniega de su libertad, de su vida, de su futuro planeado por compartir el peso del error que comete su pareja ¿Veis como es necesario el feminismo? Patanes como Jim hay muchos, dispuestos a interponerse en nuestro camino. Mujeres como Aurora dispuestas a sacrificarse por el bien común sólo existen en epopeyas patriarcales como esta o mujeres que viven perpetuamente engañadas persiguiendo el mito de superwoman, cegadas por este tipo de basura misógina y amor romántico de la cruda y precaria realidad.

El ¿amor? tiene que triunfar para que podamos seguir vendiendo películas así.
El ¿amor? tiene que triunfar para que podamos seguir vendiendo películas así.

Por suerte hoy en día, las mujeres como Aurora suelen cambiar sus gafas rosas por unas violeta y seguir su viaje por el cosmos, en vez de quedarse con el típico hombre con el síndrome de “centro del universo”. Ahora, las mujeres empoderadas no se quedan en casa soportando una vida de tinieblas sino que toman el control de sus vidas y comparten su corazón quien sabe valorarlas. Aunque el sistema las siga explotando son conscientes de ello, no se dejan amedrentar. Todas somos Aurora.

Recordad: a los chicos como Jim se les dice adiós, no hasta pronto. Y a las películas como Passengers se les exige el deber moral de al menos no seguir propagando la idea del amor romántico doloroso y perpetuar los roles sexistas y patriarcales en el imaginario colectivo.