¿A quién beneficia un Museo Thyssen en Alicante?

El preu de la llibertat

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Hemos pasado de preocuparnos por la prostitución de los museos públicos por parte de iniciativas privadas a no inmutarnos si estas copan espacios culturales y presupuestos municipales. La concienciación sobre el consumo de proximidad debería extrapolarse al terreno de la Cultura. Al menos en la etapa que tenemos por delante, ya que adaptarnos a los cambios viene a ser una cuestión de supervivencia también en el panorama museístico. La recuperación económica pasa por resistir un momento delicado para artistas, mediadores, comisarios e instituciones, aplicando medidas de apoyo que sostengan el tejido que ya existe. Dar cobertura a todos los agentes culturales es prioritario y, en este contexto, canalizar los recursos en otra dirección resulta más que sospechoso. Analicemos pues el acelerado anuncio de una sede Thyssen en Alicante.

Cabe preguntarse a quién beneficia cada “sucursal” de un museo cuando se ejecuta. A veces, la construcción de un nuevo contenedor provoca mayor flujo de capital relacionado con edificar la infraestructura que con su posterior programación. Sin embargo no siempre se construye, también hay espacios que se ven colonizados por proyectos externos que, lejos de mover dinero con su arquitectura o la contratación de personal, suponen una jugosa inversión en el alquiler o cesión de colecciones de arte.

En Málaga la sede del Centre Pompidou permanecerá una década, la colección del Museo Ruso estará al menos dos y, entre el mantenimiento de ambas, se destinará alrededor de 14 millones de euros. No, no estamos diciendo que las “franquicias” vayan a generar ese dinero, lo que vamos es a invertirlo la ciudadanía. Para que se comprenda cómo funciona este sistema de importar formatos culturales aparentemente dinamizadores del lugar en que se alojan: Málaga abona a los museos de origen por el uso de sus colecciones 2,07 millones de euros anuales en el caso del Pompidou y 400.000 euros cada ejercicio en el del Ruso. Los contenidos del museo parece que pasan a un segundo plano por debajo de la marca. Esto fomenta el consumo de masas en un modelo caduco que reduce a una cuestión capitalista la actividad museística.

La promesa del turismo masivo acudiendo a una ciudad gracias a que acoge la réplica o subsede de un museo con cierto peso es lo que motiva tan desacertada estrategia. Si bien conocemos casos desafortunados parece que estuviéramos condenados a repetir el mismo error una y otra vez. En Barcelona prospera el proyecto de un nuevo Hermitage que supondrá no sólo un gasto presupuestario inabarcable, que podría destinarse a reflotar el sector cultural de la ciudad en plena crisis, sino también un problema medioambiental por el enclave elegido para su construcción. Las desastrosas experiencias del Hermitage en Londres, Las Vegas y Ámsterdam se desoyen.

Hace unos días el equipo de gobierno de la Diputación de Alicante anunciaba la intención de establecer una sede permanente del Thyssen, exhibiendo parte de la colección privada, en 2022. El presidente Carlos Mazón compareció ante los medios junto a la vicepresidenta y diputada de Cultura Julia Parra. Sorprendentemente pocos se echaron las manos a la cabeza, no hubo comunicado de asociaciones del gremio ni pronunciamiento por parte de la crítica. Si bien con el paso de las horas los políticos rebajaron el tono. ¿Se habían dado cuenta de que, en las circunstancias planteadas, la aventura es puro anacronismo? No, lo que pasa es que la coleccionista Carmen Thyssen, al ser preguntada, declaró que no hay nada en firme, tal vez desmarcándose.

La Carmen Thyssen-Bornemisza es una excelente colección privada de arte, conformada por pintura europea de los siglos XIX y XX, propiedad de Carmen Thyssen. Gran parte de dicha colección, que supera las 400 piezas, se expone en diversos museos en régimen de préstamo: un repertorio de arte internacional, en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid; las secciones de pintura andaluza de los siglos XIX y XX, en el Museo Thyssen de Málaga, específicamente creado para ello; como la subsede de Andorra, que muestra una selección variada de piezas en exposiciones temporales, y el museo que se está construyendo en Sant Feliu de Guíxols, Cataluña. Refleja el resultado de una labor de mecenazgo muy loable, que la tan esperada ley de mecenazgo ampararía y seguro no sería necesario disponer de espacios y fondos públicos para su mantenimiento. Desde luego, en el escenario actual se sustenta sin precisar su extensión a Alicante.

Parra se adelantó, imaginamos movida por la ilusión, afirmando que se trata de generar un lugar emblemático a raíz de esta propuesta que describió “muy beneficiosa para Alicante, tanto a nivel cultural y de imagen como de atracción turística.” Mazón no se quedó corto y se refirió al proyecto como un espacio Thyssen permanente en la provincia, “un museo moderno y distinto, con un tinte tecnológico.” Así que seguimos estancados en el modelo económico de la turistificación, incluso con más de un año de pandemia por COVID-19 dinamitando precisamente tal modelo. Dicho lo cual nos preguntamos qué pasa con los museos preexistentes: Museo Arqueológico de Alicante (MARQ), Museo de Arte Contemporáneo de Alicante (MACA), Museo de Bellas Artes Gravina (MUBAG), espacios como el Centro Cultural Las Cigarreras, la Lonja del Pescado y el Museo The Ocean Race, antes Museo Volvo, ¿no son suficientemente “modernos”?

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Convertirse en resort no funciona, el turismo es incapaz de sostener nuestra economía y lo ha demostrado con creces. Nos encontramos ante un cambio de paradigma, no obstante para estimular la Cultura en Alicante se presenta un concepto apolillado. Un plan que, a todas luces, únicamente trae beneficio a quien perciba la dotación por prestar las obras. Además, hasta que se habilite un espacio propio, el Thyssen alicantino ocuparía el MUBAG, que prevé vaciarse para la ocasión, paralizando su programación y convirtiéndose en sede transitoria. Es decir, perdiendo su identidad como museo consolidado a fin de posibilitar la creación del nuevo.

El coste dependerá de las obras concretas y el volumen de piezas que se incluyan en la cesión, pero estaríamos ante una inversión millonaria anual y con carácter de permanencia. Mazón enfatizó su interés en llevar a cabo “una inversión presupuestaria con un retorno muy importante, por lo que puede suponer desde el punto de vista cultural, turístico y de visibilidad” contemplando que “no es un presupuesto gravoso para la Diputación, sino que, a mayor inversión, mayor retorno.” El retorno queda sujeto a que el museo sirva de reclamo turístico y las hordas de turistas que lleguen a Alicante deseando visitarlo gasten en hoteles, tiendas y restaurantes a todo trapo.

Para el sector artístico urge una fuerte inyección de inversión económica que permita reflotar las artes en el territorio, la materialización de El Estatuto del Artista, una ley de mecenazgo apropiada, un código de buenas prácticas que se cumpla, transparencia en la gestión y muchas otras cosas antes que construir nuevos gigantes con pies de barro. Mientras el alcalde de Alicante, Luis Barcala, celebraba que una parte de la colección Thyssen pueda instalarse en la provincia y ofrecía su ciudad a un proyecto que considera “de primer nivel”, otros proyectos adolecen de inseguridad: El MACA sin nadie que ocupe el puesto de dirección porque no sale la plaza, sin apoyo económico con un presupuesto que no da para llevar a cabo sus actividades, Las Cigarreras sin un equipo consolidado y sin recursos suficientes para una programación estable. Ojalá los esfuerzos, la energía e ilusión de los políticos alicantinos hacia traer una colección que está en Madrid estuvieran focalizados en atender a los centros culturales y museos situados en Alicante. Eso, en definitiva, beneficiaría a la sociedad.

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