La Vía Intermedia: un giraluna entre girasoles (2/3)

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Soñamos, pero nos tomamos muy en serio nuestros sueños. Hay quien sueña con ríos que conduzcan a El Dorado y hay quien sueña con las fuentes de la eterna juventud. Pero ya digo: soñamos, todos soñamos. También lo hacía un pequeño girasol en medio del inmenso campo de girasoles, todos más altos que él. Durante el día, cuando el sol salía y hacía su recorrido, la escasa estatura de nuestro protagonista le impedía ver los rayos del astro tan necesarios para su desarrollo. Desde bien temprano, sus hermanos girasoles abrían sus grandes pétalos y durante toda la jornada seguían al sol en su trayectoria, sin descanso, no dejando al pequeño y débil girasol ni un sólo rayo para su disfrute. Ni pidiendo permiso, ni abriéndose a codazos entre sus semejantes ni suplicando a gritos conseguía el girasol que le hicieran caso, que le ayudaran. La ley de la naturaleza, cual sociedad que margina al débil, castigaba injustamente a nuestro amigo.

Pero un día, a la desesperada, decidió pararse a pensar. Pensar en una solución más allá de las posibles. ¿Por qué los de su especie tan sólo estaban despiertos durante las horas de sol? ¿Por qué cuando el gran astro amarillo se escondía al acabar la jornada los girasoles se iban a dormir como él sin rechistar? ¿Es que nadie se lo había planteado nunca? Tras pensar en todas estas cuestiones y en un acto de rebeldía, decidió nuestro valiente amigo quedarse despierto cuando sus hermanos fueron a dormir al caer el día. Y allí se quedó el pequeño girasol, despierto, en mitad de un inmenso mar de girasoles que dormitaban en una noche fría y cada vez más oscura. El miedo y la soledad se apoderaron de él, pero, entonces, apareció la Luna.

Musa de infinitas canciones y de las más bellas historias de amor, quedó conmovida la Luna al ver al pequeño girasol, inmóvil, contemplándola con ternura en medio del campo. ¿Cómo había tenido el valor de desafiar a toda su especie e ir contracorriente? ¿Cómo había sido tan valiente, aquella simple planta, para negar su condición de adoradora del sol y salir en solitario a contemplarla a ella? En agradecimiento, la siempre fiel y solitaria Luna desplegó sus poderosos rayos que nutrieron los pétalos del débil girasol haciendo que éste se desarrollara como sus hermanos. Además, como regalo, la Luna le mostró su cara oculta, aquella que ni los hombres más despiertos han conseguido revelar. Por último, y antes de que el nuevo amanecer sorprendiera a ambos, la Luna bautizó a nuestro amigo girasol con el nombre de giraluna. Y así fue conocido entre sus semejantes durante toda la eternidad. Como un giraluna entre un mar de girasoles.

La adaptación de este popular cuento, entremezclada con la hermosa canción del maestro Aute, nos sirve para entender que la rebeldía es un acto de valentía cuando todo está perdido. Es un grito de la inteligencia frente a la resignación cada vez mayor en una sociedad de girasoles dormidos y rutinarios que caminan hacia el inevitable marchitar de los tiempos. En la era del corto plazo, de lo fragmentado, de las recompensas inmediatas y la dictadura de los likes, la rebeldía y la paciencia (esas viejas virtudes revolucionarias) se han desvirtuado. Se han pervertido las palabras, las ideologías, los discursos, los referentes, la política… Y no queda espacio para soñar, para pensar más allá del catálogo de soluciones posibles.

Todos nosotros somos cada día una actualización de todo un pasado que está vivo. Un pasado y una historia que, sin duda, nos compromete con nuestro presente. Pero la evolución, la revolución personal, es la única vía para lograr evitar la llegada del marchitar de los tiempos. La adaptación y el cambio son leyes indispensables en la vida. Y la reflexión debe llevar consigo la acción, la toma de decisiones valientes que provoquen un cambio en el destino de la Historia. Una decisión como la de aquel girasol que, contracorriente, se separó del mar de girasoles y esperando la llegada de la noche encontró por fortuna la Luna. Incluso en estos tiempos aún podemos ejercer el mayor acto de rebeldía frente a la realidad, que no es otro que soñar. Porque claro que se puede soñar. Siempre y cuando nos tomemos muy en serio nuestros sueños.