Testimonios pandémicos: carta de una enfermera que no puede más

El preu de la llibertat

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Aquest document ha estat enviat a la redacció amb l’únic requisit de protegir les dades personals del seu autor. Després de nombrosos mesos en primera línia fent front a la pandèmia creiem que és necessari obrir espais perquè els sanitaris puguen dir la seua i fer-nos partíceps de la dramàtica situació que viuen. Altrament, no podem romandre en silenci front el tracte indigne que es dóna a la gent gran després de tants anys de treball.

“A toda persona con interés de ayudar a la humanidad:

Soy un ser humano cuya profesión y pasión es la enfermería. Redacto este escrito desde mi casa, con el corazón encogido de dolor, y con miedo a dar mis datos por las consecuencias que pueda tener, pues desde abril de 2020 tengo el famoso contrato de Acúmulo de Tareas por COVID-19 que me está afectando a mi salud mental y emocional. 

Desde abril he ido pasando por diferentes puestos de trabajo hasta que, en noviembre del mismo año, me sacaron del servicio en el que estaba cubriendo una baja para irme a trabajar a la antigua escuela de enfermería ubicada en la antigua Fe de Valencia, en el barrio de Campanar. Se nos informó que en la primera ola se había acondicionado parte del edificio para atender allí a pacientes COVID positivo, a la espera de negativizarse el resultado, ya que serían independientes y con una necesidad asistencial baja por su buen estado general. No llegó a usarse hasta diciembre. 

Mientras en noviembre terminaban de “hacer algunos retoques”, según nos decían desde la Dirección del hospital, el personal asignado a Ernest Lluch (Campanar) estaría cubriendo desde el servicio del pool las necesidades del Hospital Universitari i Politècnic La Fe. Estuve en este servicio hasta mediados de enero, en un turno de trabajo excesivo y yendo cada día a un servicio diferente. He pasado por muchas salas COVID, en todas ellas el ratio enfermera-paciente es de 1:6, además de la persona que está en el control de enfermería para atender el teléfono y pasar material, ya que la carga de trabajo debido al protocolo de vestimenta con EPI es bastante duro.

Los pacientes están solos en sus habitaciones y si necesitan algo tienen el telefonillo para comunicarse con el personal sanitario. Por norma general, entras a las habitaciones tres veces si tu turno es de 12h diurnas, a no ser que ocurra alguna urgencia y el paciente sea capaz de tocar el timbre para avisarnos. Digo lo de ser capaz, porque ha sucedido más de una vez que al paciente le ha pasado algo grave, y por no poder avisarnos no nos hemos enterado. El paciente ha acabado en el suelo muerto y ni nosotros sabíamos cuánto tiempo había estado así.

También ha ocurrido que si acabamos de quitarnos el EPI después de 3h seguidas con él puesto y llama alguien para pedir algo, se le hace caso dependiendo de cómo se valore de urgente esa necesidad, es decir, según la subjetividad del profesional que en ese momento esté. Y, por supuesto, luego nos hemos encontrado sorpresas muy desagradables.

Además, si su edad se encuentra entorno a los 70 años en adelante, la mayoría de pacientes ni son reanimables ni intensivables, por lo que si por la noche tienen una saturación baja, sabiendo cual va a ser su destino (la muerte), no se vuelve a entrar a esa habitación hasta las 7 de la mañana.  Así, se confirma lo que al inicio del turno se pensaba y se deja morir sola a una persona que ha tenido una vida tan completa como la de cualquier ser humano.

Esto se queda en nada cuando vas a una residencia de ancianos (que también he estado) de las que “interviene Conselleria” para ayudar a limpiarla de coronavirus. Es inhumano y desolador ver cómo, por falta de personal, los ancianos, que siguen siendo personas, se pasan el día encarados a una pared, con los pañales llenos de heces y orín durante horas. Con asistencia enfermera escasa porque ni siquiera el material para medir las constantes son fiables y porque si hay poco personal de TCAES, hay mucho menos de enfermería. El tiempo que estuve allí fuimos 2 enfermeras para 80 residentes. Pero claro, para Conselleria eso ya es intervenir una residencia. 

Si realmente se quiere hacer bien el trabajo y darles cierta dignidad a las personas que habitan ahí, por la carga asistencial que hay, se tendría que mandar al menos a ocho enfermeras. Pero no, se manda a una o dos personas y mientras los abuelos están en sus habitaciones encerrados desde marzo porque la COVID mata. Lo que no se entiende es que es peor estar muerto en vida. Sin embargo, parece que solo importa la prensa, la imagen y el “hemos hecho un hospital de campaña”, “hemos habilitado un nuevo hospital”, “hemos intervenido 5 centros sociosanitarios”…pero no importa cómo se hace.

Y es ahora cuando vuelvo a hablar sobre el nuevo hospital que se ha creado rehabilitando la antigua escuela de enfermería. Personalmente estaba deseando poder llegar allí. Estar en un sitio fijo significa tener un equipo de trabajo con el que te puedes complementar, tener apoyo en los momentos duros y contar con ayuda en el cuidado de los pacientes.

Significa que sabes donde estás, qué tipo de paciente tienes, y sobre todo, te da la oportunidad de conocer a los pacientes. Esto último te ayuda a conocer qué necesidades tienen, qué cosas son normales en ellos y qué otras no lo son. Sabes cuándo tienen dolor o cuándo hay que correr. Nada más lejos de la realidad. El día que aterricé allí lo único que pude hacer al salir de mi turno fue llorar. 

Todos los pacientes que están allí son ancianos, personas olvidadas por la sociedad, ya que no son productivas y no aportan nada a la economía. Son pacientes derivados desde todos los hospitales de València para “desahogar a los hospitales”, pero lo que realmente significa  es que los mandan a este centro para no ver el problema. 

Las condiciones que tienen aquí son de miseria. No tienen agua caliente para ducharse, los telefonillos no funcionan y suenan en el control de enfermería pero no puedes comunicarte con ellos, por lo que tienes que imaginarte lo que les pasa (y como he comentado antes, se entra a las salas COVID según la valoración subjetiva y el cansancio de cada profesional). La gran mayoría de habitaciones son minúsculas, pero dentro hay dos pacientes en camas de no se sabe qué año, una basura donde se tiran los pañales y empapadores y no hay ventilación.

No os podéis imaginar el olor que hay ahí dentro y lo cargado que está el ambiente. No tienen televisión para hacerles las horas algo amenas y una gran parte de ellos están atados. Sí, habéis leído bien, atados. La justificación es que están desorientados, se quitan la vía y no damos abasto. Pero, ¿hay algo más inhumano y desolador que sujetar a una persona de las muñecas?¿Cómo nos sentiríamos nosotros si estuviéramos en esas condiciones y encima nos ataran? No se pueden ni rascar, por lo que no hablemos de si tienen sed, si se quieren tapar más con las sábanas o incluso si necesitan llamarte. 

No hay nadie allí que vaya a darles conversación, no tienen visitas de sus seres queridos. Muchos de ellos no saben ni usar un móvil. Te piden ayuda y la grandísima mayoría de veces no puedes dársela porque tienes diez pacientes más a tu cargo y no llegas a todo. Aunque se les hace el aseo, que es cambiarles el pañal y colocarlos bien en la cama dos veces por turno, están sucios.

Se les acumulan las legañas, las bocas sucias, las lenguas llenas de mugre incrustada por la falta de higiene. Aparecen úlceras por presión por la cantidad de horas que están en la misma posición. También hay gente negativa ingresada en esa ruina de edificio junto a gente positiva, gente negativa ingresada por heridas que se podrían curar en los centros de salud, personas con necesidad de cuidados paliativos sin posibilidad de tragar que tan solo tienen pautado paracetamol oral para aliviar el dolor.

Las personas ingresadas lloran por el desconsuelo de estar allí, se revuelven en las camas, muchas de ellas pierden el norte, acaban desorientadas y con la fuerza muscular de una lechuga, ya que no hay nadie que vaya a hacerles rehabilitación en condiciones. Solo  se contrata a una fisioterapeuta para todo el hospital y las visitas que puede hacer a las personas con cierta movilidad son de 5 minutos. Esto no es ni calidad de atención, ni cubre las necesidades fisioterapéuticas del hospital, por lo que aunque haya personas que ingresen siendo capaces de andar con libertad, la mayoría de ellos acaban o muriendo allí o volviendo a sus casas en sillas de ruedas por no poder moverse. 

¿Qué tiene de bueno el que no puedan tener visitas? Que a Consellería no se le cae el pelo, porque si los familiares vieran las condiciones que hay ahí estarían llenos de denuncias por maltrato.

El trauma psicológico que se nos está creando al personal sanitario que estamos trabajando allí es importante, yo misma he pedido ayuda psicológica por ansiedad. Pero, ¿y los pacientes?, ¿y esas personas que ingresamos allí y tienen que vivir todo esto? Tengo pacientes que me han pedido que los matara, porque no podían soportar estar en esas condiciones. Me piden que los desate, que los dejemos irse a sus casas.

¿La solución que se da? Al que da más problemas se le droga con haloperidol para que no estorbe tanto. Los que aun mantienen cierta cordura te gritan que no hay derecho a tenerlos así y yo no puedo hacer otra cosa que darles la mano y la razón. Lloro en mi casa, antes de entrar a mi trabajo, a la salida y me muerdo la lengua para no llorar delante de ellos. Las muertes se normalizan y, sobre todo aquí, internamente se agradecen, porque la vida que les damos en el “hospital” no es vida.

Nos falta material, espacio para trabajar y, sobre todo, faltan recursos humanos. Las personas que estamos trabajando allí, a pesar de todo el cansancio físico y mental, hacemos todo lo que podemos. Si quieres llegar a todo, acabas siendo una mera administradora de medicación que toma constantes y pincha insulinas. Y de eso no va nuestra profesión.

Adoro la enfermería, adoro cuidar, comprendo el sentido de mi vida como el de darme a los demás. La enfermería es mi vocación, pero todo lo que he estado viviendo estos meses hasta ahora ha hecho que me plantee si realmente quiero seguir formando parte de esto. Se está usando una palabra tan bonita como es “vocación” para machacar al personal sanitario, y sobre todo, para maltratar y olvidar a una parte de la sociedad.  Ahora mismo está siendo palpable como la gente mayor es población prescindible para nuestra sociedad, y si además eres COVID positivo se te castiga por ello. 

Da igual que informemos a los superiores o a los sindicatos. Llevamos de pelea con ellos desde hace meses por las condiciones laborales y la respuesta es que no pueden hacer nada. Consellería se lava las manos y el Gobierno  Central aun más. La gente que no está metida en esto no sabe ni entiende nada de lo que hay, ya se ocupan ellos de no estar en esos sitios y no ver la miseria humana. Se ocupan de respaldarse con argumentos medio vacíos, con propaganda barata y con el esfuerzo de los trabajadores que estamos dejándonos la salud.

Me encuentro en un estado de ansiedad frente al trabajo que no había sentido nunca. Siento desesperación y desesperanza por la humanidad. Las condiciones que les estamos dando en Ernest Lluch son iguales que las de cualquier matadero y, aunque intento dar lo mejor de mi, desde Consellería y, por consecuencia, la Dirección de mi hospital se me obliga a trabajar de una manera que me hace sentir cómplice de este maltrato.

Si esto significa ser enfermera, no quiero serlo. Si esto significa la vocación, la he perdido. No se puede olvidar que estamos hablando de personas que han luchado, amado, llorado, jugado y sentido. Son personas con una vida muy larga y no tenemos derecho a tirársela a la basura de esta manera. Y si somos afortunados, algún día también seremos ancianos. Y si aún tenemos más suerte, podremos construir una sociedad que respete la salud que tengamos a esas edades. Se lo debemos a esas personas, ya que sin nuestros abuelos hoy no estaríamos aquí.

Atentamente,

Una enfermera con corazón”.