Felipe de Borbón y Ana Patricia Botín. Casa Real

Vivimos tiempos determinantes. En una democracia donde las votaciones son rara avis y donde la paradoja de elegir de forma limitada se asume como inmutable, el hecho de escoger representantes constituye un acontecimiento tan emocionante como extraño. El poder determinará en gran parte cómo viviremos durante este tiempo, aunque ese poder no deje de emanar (de forma bastante insuficiente) de la voluntad popular. En tiempos tan importantes, reflejar de dónde proceden las preferencias personales, así como el poder y los temas que conforman la Agenda Pública, resulta imprescindible. 

La política ha sido siempre y continúa siendo un concepto especialmente complejo. No solo por la variedad de opiniones que se derivan de ella, sino más bien por las múltiples definiciones y formas de entenderla que existen. Poco tiene que ver la política entendida como búsqueda del poder, con la entendida como el ejercicio de ese poder. Aún menos si la comparamos con las políticas públicas, que pueden definirse de una forma técnica y cercana a la ciencia o asumiendo que la ideología estará presente por mucho que el idealista de turno intente sin éxito huir de ella. Las definiciones son tantas y tan variopintas que darían (y dan) para más de un tratado de Ciencia Política, pero no es el momento ni el lugar. Y yo había venido a hablar de otra cosa más interesante: las preferencias personales.

La base de una democracia es la libertad de pensamiento, que suele derivarse en la construcción de una ideología. En nuestro sistema, votamos cada cuatro años a partidos que aglutinan propuestas en teoría coherentes entre ellas para atraer perfiles definidos. Así, la comunicación política no es más que una suerte de Cupido con la misión de conectar futuribles votantes con el partido, reforzando lo que los une y camuflando lo que los separa. Cabe pensar, por ende, que los individuos escogen una opción u otra ya no solo en función de su preferencia personal, sino también determinados por su entorno familiar, personal, sentimental y, claro está, la labor de los partidos. En Ciencia Política hablamos de Agenda Pública para referirnos a los temas que la sociedad exige, y de Agenda Formal para hablar de aquellos que el Gobierno ha asumido de forma seria. Por tanto, se da una relación bidireccional entre el ejecutivo y el pueblo, en tanto la determinación de temas se produce en un sentido y en el otro, lo cual legitima aquella vieja tesis de “el poder emana del pueblo´´.

El sistema de preferencias es, sin embargo, algo más complicado que esto. Lo más importante que hay que resaltar es la función de las influencias externas. Hay dos especialmente destacables: los poderes económicos y la prensa, y están íntimamente relacionados. Vivimos en una sociedad capitalista, y no hace falta poseer tradición marxista ideológica para darse cuenta de que el dinero es el leitmotiv que subyace a todo acto político. Esta suerte de materialismo en un sentido a todas luces peyorativo discrimina sentimientos e ideas a un segundo plano, casi más metafísico que práctico y de difícil aplicación llegado el momento. Teniendo claro ese punto de partida, no resulta complicado entender las puertas giratorias de según qué políticos, o tantos casos de malversación de dinero público. El Ser Humano no es malo por naturaleza, lo corrompe el sistema. Y es que, en un mundo donde el dinero es el eje fundamental, los valores quedan en un segundo plano: las buenas acciones no dan de comer. En Ciencias de la Comunicación se trabaja con el concepto de líder de opinión, una persona que crea tendencia ideológica y goza de gran capacidad de convicción. Siendo así, el mayor líder de opinión no es otro que Don Dinero, manifestado en el mundo humano como Ana Botín, Florentino Pérez, Amancio Ortega o cualquier otro magnate con el mundo en una mano y un cheque en blanco en la otra.

Otro argumento de difícil réplica es el de que la prensa pertenece al dinero. Y es que solo hay que hacer un par de búsquedas en Google para descubrir que medios en teoría contrarios ideológicamente pertenecen a una empresa matriz común. Lo que en un principio puede parecer sorprendente e incluso contradictorio cobra sentido cuando adviertes que el mensaje de fondo de todos los medios casualmente favorece siempre a esos poderes económicos que subyacen. En España existe libertad de prensa, sin ninguna duda. Incluso hay determinados periodistas que, al ser preguntados a este respecto, espetan que jamás han sido censurados y siempre han podido publicar lo que deseaban. Y seguramente no mientan. En nuestro país hay buenos programas; en algunos incluso se dice la verdad. Pero la crítica que intento hacer va más al fondo del asunto, y versa más sobre los medios como herramienta de control sistémico que como manipulación en el sentido estricto. 

De esta forma, es complicado defender que el juego político sea justo, puesto que partimos de un tablero donde uno de los jugadores posee una ventaja innegable: el cuarto poder no es llamado así por casualidad, y poseer los medios a tu favor supone tener mucho ganado desde antes de comenzar a jugar. Ante eso, parece indispensable y urgente la elaboración de una Ley de Medios que modere y compruebe la información; puesto que en nuestro país se han autoasignado el nombre de Periodismo algunos panfletos partidistas que producirían incluso risa si no fuera por el gran peligro que conllevan. Otro factor fundamental por remarcar es el del conformismo. Somos animales de costumbres, y tendemos a permanecer en una zona de confort (también ideológica) que nos predispone a consumir contenido de medios afines a nuestras ideas, que generalmente confirmarán una preconcepción ya asumida y no servirán sino para aumentar la fuerza de esa creencia.

¿Existe, entonces, alguna posibilidad de obtener información completa? Si los poderes económicos controlan (o determinan de alguna manera) al resto de poderes, ¿para qué sirve la política? ¿Por qué hay gente que aún estudia Periodismo? ¿Realmente vivimos en una democracia, o es todo una farsa encubierta? Bueno, lo cierto es que… no todo es tan catastrófico. Al menos ahora mismo. En los últimos años el mundo ha cambiado mucho. Marx creía que el motor de la Historia era la lucha de clases, y que esta motivaría un cambio social a base de revolución, un acontecimiento repentino, aislado y generalmente violento que destrozaría el sistema preexistente e instauraría uno nuevo. Aunque en su tiempo no fuese desencaminado, lo cierto es que ya no es así. Ahora los cambios se producen gradualmente, y pese a que en los últimos años la velocidad de estos se ha multiplicado de forma exponencial, sigue siendo más un proceso que un acto. 

No obstante, lo que cambia es no solo la gradualidad con la que se ejecuta esa evolución, sino que generalmente el cambio viene motivado desde dentro, desde el propio sistema preexistente. Por eso creo que no está todo perdido. Con la llegada de la Sociedad de la Información, se ha democratizado el acceso a esta, dando herramientas a la práctica totalidad de la gente para comprobar si algo es cierto o no. Cada vez el poder está más en manos de la gente, y aunque esto no tiene por qué ser necesariamente bueno, desde luego que mejora la situación anterior. El derecho a la información ya no es algo elitista, sino que se entiende como necesario para el desarrollo básico de las personas. ”El conocimiento os hará libres”, decía Sócrates hace más de 2400 años, en un sentido filosófico y más bien poco pragmático. Los griegos fueron siempre más de pensar que de actuar; por eso prefiero la cita de otro gran pensador, más cercano al marxismo: 

La verdad os hará libres” – Jesús de Nazaret.