He seguido atentamente casi todas las sesiones del juicio del procés de Cataluña. Unos lo llaman procés, otros conflicto, otros golpe de estado y otros simplemente ejercicio de democracia.
Yo ya he expresado lo que pienso al respecto en diversos medios de comunicación social (radio, prensa escrita, tv). El último día, seguí también atentamente los alegatos finales de los letrados defensores y sobre todo el turno voluntario de cada uno de los imputados para tomar la palabra durante un tiempo limitado de 15 minutos. Me parecen poco 15 minutos para unas personas que se están jugando estar más de 15 minutos en prisión. Algunos nada más y nada menos que 25 años de prisión.
A muchos les parecerá poco. A mí, sinceramente, una verdadera locura. Una puesta en marcha de una maquinaria que puede dar como resultado, una fractura no solo social, sino democrática en un territorio que siempre se ha caracterizado por la solidaridad, la solvencia empresarial, apostar por ser un territorio cosmopolita en el que cabía todo el mundo.
Decía Josep Rull, ex conseller al que tuve la oportunidad de visitar en la prisión de Lledoners, que para él era un inmenso honor servir a este pueblo, el catalán. Que el pueblo catalán era capaz de levantarse cada día soñando unidos en un horizonte mejor para ellos, para sus hijos. Apuntaba también que tuvo una tranquilidad absoluta al abordar las respuestas de las preguntas que le hacían en su día desde Fiscalía.
Supongo que para él no fue fácil, sobre todo observando la cara no solo de algún miembro del Ministerio Fiscal, sino también la de algún miembro de la acusación particular y del propio tribunal juzgador. También se preguntaba que si las preguntas que se debían de formular debían de ser sobre un juicio sobre ideas o sobre un juicio sobre cómo afrontar desde la política un problema de naturaleza política.
Lo más relevante de su alegato final fue cuando señaló que intuía, y además decía que ojalá se equivocase, que estaba procesado por rebelión básicamente porque no había renunciado a su actividad política. Hizo un apunte muy llamativo, para mí al menos lo fue. Recordaba como ya en 1359 se crea en Cataluña un autogobierno, antes pues que la propia Constitución, pero que en cambio la mayoría de los catalanes, votaron de forma clara la Constitución española. Con datos de un SÍ rotundo por encima de territorios como las Castillas, Extremadura, País Vasco, etc.
Para Rull, o al menos él así lo entiende y yo lo comparto, la Constitución volvía a ser un punto de partida para muchos catalanes, un pacto de Estado en un acuerdo con una idea básica fundamental: “avancemos hacia la democracia, recuperaremos derechos y libertades. No obstante, había una contraprestación clara que era que se reconoce la realidad nacional de Cataluña, se reconoce esta realidad nacional, el derecho Cataluña a recordar aquel autogobierno que había sido liquidado durante la Guerra Civil”.
La pregunta final de Rull es lo que más “miga”, permítanme la expresión, tuvo de toda su intervención, y sobre todo lo que más debe hacer recapacitar. Y era ¿que es lo qué ha pasado para que las últimas elecciones, las listas europeas la mayoría de los catalanes voten a favor de listas claramente independentistas? Quien quiera puede dedicar unos minutos a reflexionar sobre la pregunta lanzada por Rull. Yo ya lo hice, durante mucho tiempo, y sigo haciéndomela durante muchos meses atrás.
¿Por qué en el Reino Unido o Canadá saben que tienen algo interesante ofrecer a sus ciudadanos, al igual que escoceses? No hay miedo de conocer, no hay miedo de saber qué quieren sus conciudadanos. De una forma u otra. Acordada con el Gobierno de España para que sea o no vinculante, pero saber es importante, y hoy por hoy un asunto imperativo.
Quiso acabar Rull con una apreciación personal, con una preocupación, pero también con una lección para su esposa, madre e hijos. Y dijo que hasta ahora con sus resoluciones (del Tribunal Supremo), con su encarcelamiento, el tribunal había decidido que él no pueda ver crecer a sus hijos, pero sea cual sea el sentido de la sentencia que acaben nadie podría impedir que les deje, que les pueda dejar algo extraordinariamente valioso, el compromiso que su lucha democrática sea incansable, apasionada, para conseguir que el día de mañana ellos puedan vivir en un país mejor, en un país libre, en una República Catalana, donde sea simplemente imposible que alguien pueda ser encarcelado por haber defendido pacíficamente su derecho universal a decidir.
Yo ya lo saben. No creo que Cataluña esté mejor sin España, aunque cada día el Gobierno Central lo pone más difícil para entender ciertas cosas. Lo que sí que tengo claro es que Rull no es un golpista, ni una persona que promueva la violencia, y sí un convencido de que una votación libre y democrática haría al menos conocer muchas cosas, entre ellas la voluntad de los ciudadanos de Cataluña. Uno podrá estar de acuerdo con Josep Rull o no, pero a míbel personaje me gusta.
Sé que para algunos no será popular decir esto, pero pienso que es un tipo con una mente privilegiada y que, junto a Junqueras, Romeva, Turull, etc, están poco a poco creando iconos para el independentismo. Europa va conociendo cada vez más lo que sucede en Cataluña. A todos les interesa. A todos les va algo en el conflicto. Lo único que tengo claro es que podrán aplicar 155 veces el artículo 155 de la Constitución. No solucionaran así un problema político. No habrá suficientes jueces y fiscales en todo el mundo para frenar un problema político y social. No se podrán construir suficientes infraestructuras penitenciarias para lo que muchos ilustrados ya apuntan como algo “imparable”. Nunca ha sido posible. Es lo que pienso. O se rompen algunos la sesera en construir soluciones o solo conquistarán la confrontación de un pueblo que siempre ha sido querido y respetado.