Quiero hacer una declaración: me gusta Andrés Calamaro. Deténganme, pues estoy ya preparado. Acúsenme de ser de VOX y de blanquear el fascismo por escuchar a Los Rodríguez de vez en cuando. Con los tiempos que corren, no me parecería nada extraño.
Todo el mundo sabe que significarse políticamente cuando tienes un negocio es, a priori, perjudicial para este. Al menos aventurado, pues te puede reducir el espectro de clientela. Eso es lo que se dice de pequeños comercios, de pequeñas empresas como la carnicería de tu pueblo o el bar de la esquina. Y, naturalmente, los dueños tienen una opinión formada sobre los temas de la sociedad, aunque digan que son “apolíticos”. Pero el miedo a la clasificación en una determinada ideología y por ello, a que posiblemente se les reduzca su target de clientes, les hará, en su mayoría, ocultar sus preferencias políticas.
Y, lo peor, es que esto sigue ocurriendo hoy en día. Gente que no compra en determinados comercios porque son “de izquierdas”, o no frecuenta según que bares porque el dueño “es de derechas”. Ponemos etiquetas ideológicas entre vecinos que condicionan el día a día, nuestra más cercana convivencia. Y quizás, este sea uno de los síntomas más claros que indican que la salud democrática en nuestra sociedad está peligrosamente enferma.
Pues bien, esta enfermedad que padecemos todos, tiene su máximo exponente en el deporte y en la cultura en general. Porque si en tenis, por ejemplo, te gusta más Federer que Nadal, ya pensaré que algo rojo debes de ser. Y si escuchas Taburete… Votante del Partido Comunista de los Pueblos de España seguro que no serás.
La cuestión es que las etiquetas ideológicas que les hemos puesto a los vecinos, al deporte y a la cultura, no son más que técnicas absurdas de clasificación que no responden a criterios de evaluación de calidad racionales. “No me gusta Taburete porque el cantante es el hijo de Bárcenas”, no es un argumento válido que califique la calidad del grupo musical. Y “me gusta más Nadal que Federer porque es español”…, pues qué queréis que os diga. Creo que los ejemplos hablan por sí solos. Y lo peor, es que todos los hemos escuchado. Y estas actitudes y pensamientos, son la negación de las mismas bases de la convivencia en sociedad que todos deberíamos de respetar. Porque sea cual sea tu ideología, lo que aportamos y lo que compartimos con los demás debería ser lo que prevalezca. Ya sea una canción de Calamaro, un revés de Federer o las patatas bravas increíbles que hace el dueño del bar de la esquina.
Pero hoy en día siempre es más fácil y cómodo hacer un discurso demagogo y antifascista, que cuestionar la realidad que se te presenta e intentar descifrarla racionalmente. Y no debe ser así. Debemos aprender a separar moralmente al artista de la persona y aprovechar y disfrutar en su medida todo lo que el ser humano tenga positivo que ofrecer. Venga de donde venga. Si no, estaremos haciendo una criba ideológica y artística que no favorece en nada el enriquecimiento de la cultura ni el aumento de nuestro intelecto. De todo, y de todos, se puede aprender.
– ¿Un hombre puede ser valiente cuando tiene miedo? – preguntó Bran después de meditar un instante.
– Es el único momento en que puede ser valiente – dijo su padre.