Corría mayo del año 2015 cuando algo empezó a cambiar en el País Valencià, mi tierra. Tras años de expolio, de corruptelas, trajes, Ferraris, aeropuertos sin aviones y circuitos de Fórmula 1 de usar y tirar, un pueblo digno había decidido decir “basta” y plantarse frente a años de megalomanía, plástico y confeti. Y es que fueron muchos los “amiguitos del alma”, muchos los espectáculos bochornosos, muchos los —como decimos en mi tierra, destarifos— y muchas las escenas que nos impedían mirar al mundo con la cabeza bien alta y poder decir que el pueblo valenciano es mucho más que Gandía Shore, que discotecas donde los jóvenes madrileños pueden venir a pasar sus vacaciones y que la ineptitud de unos gobernantes que la endeudaron y la saquearon hasta dejarla exprimida como si de una de esas naranjas valencianas que tanto gustaban a Rita Barberà se tratase.
Justo al año siguiente, en 2016, ante la falta de oferta de dobles titulaciones en mi tierra y mi objetivo de cumplir mi sueño de estudiar Periodismo y Ciencias Políticas sin tener que cursarlas por separado me trasladé a la localidad de Fuenlabrada, al sur de la Comunidad de Madrid, para estudiar en la Universidad Rey Juan Carlos, la única pública que ofrecía la titulación que deseaba cursar. Después de que alguien me advirtiese de que mi universidad había sido creada por el Partido Popular y que en el Rectorado algunas cosas no marchaban del todo bien, investigué por mi cuenta y descubrí algunos aspectos que no me gustaban de la forma en que mi futura universidad se estaba dirigiendo. No obstante, me sorprendió muy gratamente encontrarme con un gran profesorado que daba el máximo por prepararnos para la investigación, el desarrollo de competencias y la estimulación de nuestra capacidad crítica. Además, me encontré con un gran equipo humano de compañeras y compañeros con las mismas ganas que yo de comerse el mundo y de salir del ámbito universitario como profesionales como la copa de un pino, desempeñando las labores que les correspondiesen con la misma capacidad —y dignidad, porque no olvidemos que esto trata también de dignidad— que cualquier otro.
No obstante, al poco tiempo empezaron a sucederse los escándalos del anterior Rector, las denuncias por presiones y el clientelismo y empezó a generarse una cierta resistencia frente al anterior Rector y el actual, que es considerado su sucesor. Todo empezó con la asamblea de alumnos de Res Publica. Algo que al principio era tomado como una broma por parte de las autoridades universitarias demostró tener una gran capacidad de movilización. Y es aquí donde entró en juego el caso del Máster de Cristina Cifuentes, que supuso la explosión definitiva de un estudiantado que, al igual que el pueblo valenciano en aquella Primavera Valenciana, decidió plantar cara para abogar por una universidad más transparente, por y para estudiantes, PAS y profesores y no para el lucro y la ganancia de unos pocos. A partir de este momento, numerosas fueron las portadas y los momentos televisivos que tuvimos los estudiantes reivindicando una universidad más limpia y justa. Se había sembrado el germen de una pequeña gran revolución en el ámbito universitario y, cada vez más estudiantes acudían ante la llamada de las diferentes asociaciones universitarias que, al igual que Res Publica, iban aumentando su membresía y se iban articulando para formar el tejido asociativo de una universidad que siempre había abogado por destruirlo y comprarlo para poder seguir lucrándose a su costa.
Junto a los piquetes de los compañeros de @ResPublicaURJC en la jornada de huelga de la URJC. Os enseño que en nuestra universidad no nos vamos a rendir hasta que echemos a la mafia. DIG-NI-DAD ✌🏽. pic.twitter.com/BPnd7Pjwlb— Tovarich Sabroso 🐦 (@SrCarbonell) 30 de septiembre de 2018
Los casos de los másteres de Pablo Casado y de la ministra Montón y el hecho de que se demostrase que estas corruptelas no sólo afectaban a políticos populares, sino que trascendían del color político hizo estallar la llama de un movimiento estudiantil que ya ha logrado penetrar en el Consejo de Estudiantes de la URJC. Con lemas como “fuera la mafia de la universidad”, “nuestro esfuerzo no se regala”, “recuperemos el prestigio de nuestros títulos o el legendario “todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros” de George Orwell en su obra Rebelión en la granja, los estudiantes han llegado a este punto de su gesta reivindicando el esfuerzo, la dignidad y la valía de su tiempo como banderas. Sin necesidad de revestir su lucha de rojo ni de morado, los estudiantes han demostrado que, como dijo el poeta García Lorca, “en la dignidad bordaron el amor más grande de su vida”.






El pasado 27 de septiembre hablamos alto y claro frente al Rectorado. Han sido muchos meses de lucha por reivindicar la universidad pública de todas y para todas y no nos vamos a rendir. Frente a su autoritarismo, nuestra resistencia pacífica. Frente a su nepotismo, nuestro talento. Frente a chistes y chascarrillos, nuestro esfuerzo. Frente a su ignorancia, todo nuestro talento e inteligencia. Frente —en definitiva— al miedo, pasión y corazón. La historia de la URJC debe servir como ejemplo para que podamos construir una nueva universidad española que, por fin, habite los rankings internacionales, donde el único criterio para decidir quién entra y quién sale sea la actitud y la aptitud, y donde nadie —sea del partido que sea — pueda jugar con el prestigio de nuestros títulos y del incontable esfuerzo que hacemos para que puedan ser una realidad. La lucha universitaria debe seguir el camino de aquellas palabras tan bonitas de Benjamin Franklin: “dime y lo olvido; enséñame y lo recuerdo; involúcrame y lo aprendo”. La universidad española debe seguir el camino, en definitiva, de aquella València rebelde que despertaba contra el Imperio. La fuerza estará ya con nosotros…siempre.