‘Miracles de dubtosa autenticitat’ de Toni Molins: recorrido comentado

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Entré en la iglesia de Santa Ana, un espacio situado en el centro de Barcelona aparentemente librado de la furia y el desgaste turista. El monumento fue también un antiguo monasterio de estilo románico y a esa hora exponía Toni Molins con total efimeridad. Llegué tarde a la inauguración, por ello, me salté la escena del coro que nunca vi.

Aparecí en el claustro. En este tipo de lugar uno se da cuenta enseguida de la presencia de la luz – descendida a chorro des del centro de la fuente hasta gravitar en el circuito del Mandatum -donde se hallaban las obras expuestas. Sorprendentemente la inmersión era de una coherencia entera.

A modo de prefacio, encontré a mis pies una vistosa señal de advertencia de pavimento mojado en la que se podía leer : ‘Peligro de resbalar con lágrimas de pena de pintor tras ver su disciplina desaparecer’, y justo unos metros allá, efectivamente aparecía un charco cuya perspectiva me devolvió el reflejo de la primera obra acrílica de Molins, una pintura que mimetizaba la escena del charco pero esta vez sin texto en la señal de advertencia.

Continué tras esta pausa, me dirigí a la capilla donde se proyectaban dos vídeos reproducidos en loop cuyo contenido hacía referencia a un videojuego de construcción de parques temáticos muy conocido en el cual se permitía, adrede, abrir la atracción con visitantes en su interior y hacerla funcionar con la construcción inacabada. En las imágenes se pueden ver estallar carroussels repletos de pasajeros siendo arrojados a la nada. Una imagen muy recorrida en la dialéctica de Toni que nos cuenta su emoción tras conocer el chiste.

No di más tiempo al arte digital y volví al circuito de luz donde además pude escuchar un hilo de sinfonía irreconocible pero que podría ser, casi seguro, Mahler. Desde allí, avisté obras postradas en lugares y alturas distintas; Algunas pinturas las encontrabas de frente sin embargo otras se giraban y se miraban o tal vez eran forzosamente encajadas en la arquitectura del lugar.

En casi todas las obras había elementos en común, como el plástico, tomado en formas múltiples: en pinzas de ropa, pajitas para sorber en vasos de discoteca, en pistolas de agua y hasta en el mismísimo celofán. El celofán transparente estuvo presente en casi toda la colección, algunas veces tomando una presencia pura y delicada, otras no.

De las columnas del claustro sobresalían piezas de fruta colgadas alrededor de la piedra , soportadas por una fina tira de celofán imperceptible, casi invisible, que las protegía y a su vez las elevaba por encima de la gravedad. Esta misma escena la recogíamos a su vez en la representación de la pintura de Toni en la que un bodegón entronizado patas arriba, bajo un techo alto, desafiaba la gravedad con la fuerza de las tirillas de celofán. Empecé a entender la obra del pintor tras dar cuenta del milagro bien ejecutado por tan preciado polímero.

Pero la manía del celo no fue siempre la protagonista. En su misma dimensión encontré escenas oníricas : humos densos saliendo de objetos agujereados, quizá instrumentos de viento, puede que ¿ocarinas? No, definitivamente, no eran instrumentos de ningún tipo. Se trataba de una patata. Una patata de plástico, de juguete, un producto infantil de los años noventa llamado Mister Potato que consistía en una cara con agujeros para intercambiar piezas fisionómicas (boca, nariz, ojos, cejas… ) las unas por las otras de forma que podías incrustar un ojo en el sitio de la boca o una ceja en el hueco de la oreja. Miméticamente a esta obra (también volteada contra gravedad y soportada por tiras de celofán) se exponía un busto de yeso blanco del rostro de David con las piezas del juego de la patata pegadas a él y dispuestas de manera arbitraria. Mister Potato se transformaba así en la obra de Michelangelo y viceversa. Supuse así que se trataba de un milagro más, aunque sólo se tratase de suponer.

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Seguí el circuito y, bajo unos helechos preciosos, salía otra pintura con una escena de iguales helechos y dos gráciles tortugas. Una de ellas transportaba sobre su caparazón una mole o piedra cuadrangular en cuyo lomo rezaba la frase: THE END escrita aparentemente por la segunda tortuga que sujetaba, sí, milagrosamente, un pincel desde su caparazón.

Un poco más arriba, mirando al techo y expuesta con notoriedad, una lámina de pintura, que Toni tituló en su momento, colgaba del centro de una arcada. Se trataba de la imagen de una robusta biga metálica con forma de y latina puesta en horizontal y suspendida en el aire. Sobre ella se abrazaba una diáfana seda blanca o translúcida bien postrada u olvidada por alguna cabelluda dama de salón una noche de extrema y violenta ventolera. Una escena muy parecida a ésta podíamos encontrar subida a un banco de madera. Se trataba de un cuadro en el que aparecía otra forma metálica, un caballete oxidado y soñado, en cuyo extremo se tropieza otra seda fina y transparente bajo un cielo amenazador, denso y poblado de nubes violáceas.

Tras el pasillo del apocalipsis lento y abandonando el túnel onírico de sedas frágiles, por allá, en una esquina se performaba un rezo improvisado en sacristía. Dos mujeres se inclinan bajo un altar coronado por una pintura lilácea y plana de un cubata tropical.

El siguiente cuadro, recuerdo, es el de la pistola de agua completamente vaciada. De cuerpo transparente, puede que de plástico o de cristal, vomitando un líquido azulísimo que podría ser agua común o bien las lágrimas del pintor apenado por ver su obra desaparecer del que ya nos advirtieron al comienzo.

No recuerdo más, para entonces me disolví entre el público asistente, perdí la pista al milagro, sólo recuerdo que hacia el final, de hecho fue literalmente en el final de la exposición (justo antes del vino) descubrí algo extraño en el cuadro del jugador de futbolín solitario. Me acerqué e intuí algo extraño en su rostro… Fue grotesco, pues parecía que en el hueco donde solemos tener los ojos pues no había nada. Era un juguete ciego. Podría tratarse de un muñeco sin importancia, otro juguete víctima del brillante ingenio humano, o quizás un personaje alienado de todo, un artista autómata al que le han perdido el balón, o bien podría tratarse de un último milagro: el de un hombre al que le cavan los ojos para que no pueda llorar.

Ver, beber vino y vender milagros.