Los hombres y el feminismo

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Vivimos en un momento en el que el feminismo es probablemente más hegemónico que nunca. Que esto sea así puede ser una buena y una mala noticia: buena porque puede llegar a más mujeres que nunca y porque implica que ha habido avances que no tienen vuelta atrás, y mala porque puede ser fagocitado por el capitalismo y el patriarcado, y con ello vaciado de sentido. En este contexto, merece la pena volver a pensar algunas de las cuestiones que el feminismo lleva mucho tiempo debatiendo, entre las cuales la pregunta acerca del papel de los hombres en el feminismo nos parece ineludible.

Para empezar, tendremos que preguntarnos, en la línea de De Beauvoir, en qué consiste ser un hombre. Según la respuesta que le demos a esa pregunta, que dependerá de la forma en que conceptualicemos el patriarcado y por lo tanto el feminismo, situaremos a los hombres en un lugar u otro. Algunas feministas defendemos que el patriarcado es una estructura de dominación que asigna espacios (sociales, simbólicos, económicos) a las mujeres y a los hombres, siendo estos los beneficiados de dicha estructura. Cuando hablamos de «mujeres» y «hombres» estamos, pues, haciendo un ejercicio análogo al que Marx hacía cuando hablaba de «capitalistas» y «proletarios»: no hablamos de las personas concretas (arguyendo motivos psicológicos) ni de tipos esenciales. Hablamos de los lugares que existen en una estructura que organiza la sociedad: el capitalismo, en el caso de Marx, y el patriarcado, en el caso del feminismo.

Como mantenía Rubin parafraseando a Marx, una mujer es sólo una mujer, sólo se convierte en esposa, mercancía, conejita de playboy, prostituida o dictáfono humano en determinadas relaciones. Esto implica que lo que hace a una mujer ser mujer no tiene que ver ni con características individuales ni con características naturales. Ser mujer es político, si definimos lo político con Millet como el conjunto de relaciones estructuradas de acuerdo con el poder que hace que un grupo de personas quede bajo el control de otro grupo. Por lo tanto, ser hombre es también una cuestión política: ni individual ni esencial. Si bien es cierto que los hombres que se acercan al movimiento feminista habitualmente no defienden argumentos biologicistas o religiosos, a menudo nos encontramos con argumentos individualistas: el #notallmen es un buen ejemplo de ello. También nos encontramos hombres que han pasado por un proceso de deconstrucción de la masculinidad y que se piensan participantes de una nueva clase del género, las nuevas masculinidades, que ha dejado de oprimir a las mujeres. Si bien la parte individual que tiene que ver con la deconstrucción es necesaria, ni mucho menos es suficiente. Los privilegios que tienen los hombres son sociales, no se puede renunciar a ellos a golpe de la voluntad individual sino que la lucha tiene que ver con cambiar la estructura patriarcal y los lugares a los que ésta predestina a hombres y a mujeres. Así, la deconstrucción como modo de revertir los procesos de subjetivación patriarcales es un ejercicio que debe ir acompañado necesariamente de la lucha colectiva contra el patriarcado que es el feminismo. Ahora bien: ¿cuál es el papel de los hombres en el feminismo?

De lo que hemos dicho se deduce que defendemos que las mujeres son el sujeto político del feminismo. Esto no quiere decir ni que las mujeres seamos el sujeto epistemológico absoluto del feminismo ni que pensemos que hay algo así como un determinismo del sujeto político por medio del cual estar en el bando de los obreros te hace necesariamente anticapitalista y estar en el bando de las mujeres, necesariamente feminista. Pasando por la tercera ola, no podemos obviar que las mujeres están atravesadas por diversos sistemas de dominación, lo que hace que no sean un grupo homogéneo sino diverso y, lo que es más importante, que haya diferencias de poder entre ellas. La interseccionalidad como metodología es una de las grandes aportaciones de los feminismos de la tercera ola, y eso implica reconocer que el sujeto político del feminismo es un sujeto abierto a cambio, a debate, a impugnación, a crítica. Y que ese lugar que ocupan las mujeres en la estructura patriarcal no es una casilla aislada sino cambiante en función del resto de sistemas de opresión como la clase o la raza. Defendemos aquí que los hombres, como todas las personas que somos privilegiadas por un sistema de opresión (yo, por ejemplo, que soy blanca, soy una privilegiada en el eje de la raza), deben ser aliados. Ser aliados significa, como tanto tiempo lleva defendiendo el movimiento feminista, no llevar la voz cantante, no tratar de dirigir la lucha de las mujeres, no explicarnos cómo tenemos que afrontar esta lucha, sino acompañarnos en aquellas decisiones que tomamos como colectivo. Queremos a los hombres en la lucha, pero queremos a hombres que acepten que el patriarcado les sitúa en el bando de los privilegiados, de los opresores, y que la lucha contra el patriarcado que es el feminismo la encabezamos las mujeres. Un buen ejemplo para diferenciar a hombres aliados y a los que no lo son pudimos vivirlo en la huelga del 8M. Este día, ser aliado se alejaba mucho de aquellos hombres que al grito de «este es un bloque no mixto» respondían con agresividad o con un mansplaning acerca de lo que es la igualdad o de lo que debía ser esa huelga. Ser aliado en esta huelga pasaba por ejemplo por quedarse cuidando, en casa o en los puntos de cuidados, como hicieron los compañeros aliados de La Ingobernable, cuidando a lxs más pequeñxs, sirviendo café, cerveza y comida a las mujeres que estábamos preparándonos para la lucha.

A las preocupaciones de aquellas feministas o de aquellos aliados de si este tipo de razonamientos y de posiciones espantarán a los hombres de la lucha feminista, les respondemos que probablemente cualquier acción del feminismo que sea revolucionaria, que amenace al patriarcado, espantará a la mayoría de los hombres porque implicará su pérdida de privilegios. Algunas feministas no queremos hombres que estén en el feminismo para ligar más ni queremos consignas como que los hombres feministas follan mejor. Los hombres aliados son hombres machistas, porque es imposible aislarse de la socialización patriarcal. Pero son hombres que son críticos con sus propios comportamientos y tratan de ir cambiando lo que individualmente puede cambiarse, al mismo tiempo que apoyan la lucha feminista por una cuestión de justicia y no por intereses individuales.