El ocho de marzo de este año no será un ocho de marzo más. A pesar de los pronósticos de lluvia vamos a asistir a una de las jornadas que está llamada a ser histórica en nuestro país y en otros muchos países del mundo. Las mujeres hemos conseguido que lo que hasta hace apenas unos años o dos era motivo de burla haya pasado a ser un tema de actualidad. Muchos artículos se están escribiendo, sobre el futuro, sobre los pasos a dar a partir de ahora, pero yo quiero centrarme hoy en otra cosa, ya tendremos tiempo a partir del ocho para pensar en el mañana. Quiero escribir sobre aquellas mujeres que cuando nadie se consideraba feminista se atrevieron a enarbolar esa bandera porque sin ellas no estaríamos aquí. Es necesario más que nunca, hablar de esos primeros pasos que nos trajeron a donde estamos. Necesito poner en valor aquellas voces marginadas y cuestionadas también dentro de los movimientos sociales por proponer cosas que hoy ni siquiera los machirulos contradicen. A las que visibilizaron el machismo dentro de los colectivos a pesar de que se las pusiera en duda. A las que empezaron a decir que los hombres en las manifestaciones feministas estaban mejor cuidando. A las que no se achantaron cuando se ridiculizaba el lenguaje inclusivo. A las que propusieron que se midiera el tiempo de los turnos de palabra para que los hombres no ocupasen las asambleas. A las que decidieron visibilizar que tenían la regla cuando se vivía en el más absoluto silencio. A las que empezaron a llamar acoso al piropo callejero y pagaron muchas veces con violencia enfrentarse a sus acosadores. A las que se atrevieron en las reuniones familiares a hablar de feminismo. A las que se rebelaron contra la justicia patriarcal. A las que levantaban la mano en clase para decir que sólo había hombres en el temario. A las que colgaron en Sol aquella pancarta con el lema “la revolución será feminista o no será” y cuando la retiraron volvieron a levantarla. A las que no se conformaron y tuvieron la valentía de alzar la voz cuando todo hacía pensar que era mejor pasar desapercibida.
Se preguntaba Kate Millet en un artículo con mucho acierto si las mujeres somos incapaces de honrar nuestra propia historia. Por ello, en los días previos al 8M hay que reconocer a todas aquellas que han vivido en sus propios cuerpos haber sido las primeras en romper el silencio, porque sufrieron pensando que estaban solas y hoy, por fin, están acompañadas. No podemos olvidar, que no venimos del #MeToo hollywoodiense, sino de los colectivos de autoconciencia feminista que han ido surgiendo, de los grupos de amigas que sin conocer la palabra sororidad la ejercían, de las que decidimos dejar de ir a clase para comentar Teoría King Kong, de las que queríamos espacios no mixtos para poder hablar y poder encontrarnos. No estamos aquí porque el feminismo sea una moda, sino porque no tenemos nada que perder. Las políticas neoliberales están encontrando su mayor escollo en el movimiento que están liderando las mujeres a lo largo del mundo. Somos las que querían encerradas en casa cuidando sin alternativa, las precarias sumidas en la incertidumbre a las que nos hicieron creer que vivíamos en igualdad hasta que un día nos topamos con la realidad. Somos a las que no les han dejado otra opción que ponerse en pie para sobrevivir, sin nosotras el mundo no se mueve, y estamos hartas de llevar esa carga sobre nuestras espaldas. Somos las que pensamos en marcharnos fuera para poder ganarnos la vida, las que tenemos que elegir entre vida laboral o familiar. Somos las que nos hemos cansado de ser santas o putas, y nos rebelamos ante la mirada masculina. Reivindicamos nuestro derecho a vivir libremente nuestra sexualidad y a no ser juzgadas por ello. Somos a las que siempre se daba de lado en la política, pero resulta que hoy nos sabemos imprescindibles para agrietar el régimen del 78. Somos aquellas tachadas de burguesas una y otra vez por hablar del patriarcado por los mismos compañeros que ahora reconocen la potencialidad del feminismo para poner en entredicho el sistema económico depredador que amenaza con poner en peligro la sostenibilidad de la vida. Hemos sido todas las mujeres, desde todos los lugares, rebelándonos desde diferentes posiciones y espacios; en las casas, en los colegios, en las universidades, en los trabajos, en las camas, en las calles, en las ciudades, en los pueblos… Lo que hemos construido es gracias a todas. A partir de mañana la historia no se podrá contar más sin hablar de nosotras.