Si hace unas semanas me hubiesen comentado que la URSS intentó crear un estado yiddish dentro de sus fronteras, y ya no sólo que lo intentó sino que lo erigió con más o menos éxito, mi respuesta hubiese sido algo del estilo: “Sí, y se llamaban gulags” o “¿Cómo van a darles un Estado si el comunismo es contrario a la religión? (siempre es más fácil hacer un comentario burdo y zafio con un conocimiento de Ahora Caigo que informarse un poco para formar una opinión). Lo cierto es que me hubiese equivocado, como de costumbre.
El proyecto fue concebido en 1928 como “Distrito Nacional Judío”, aunque para entender su nacimiento tenemos que remontarnos un tiempo atrás. En el Imperio Ruso fue donde se empezó a acuñar el término pogromo: un linchamiento multitudinario a un grupo étnico al que se culpaba de algún mal, en este caso los judíos. Los últimos fueron apoyados por la Ojrana — policía secreta del régimen zarista — , y tanto es así que en la guerra civil rusa el número de civiles judíos fallecidos ascendía entre 70.000 y 250.000 (la mayoría de las ejecuciones son atribuidas al Ejército Blanco y las fuerzas ucranianas nacionalistas). Por su parte, el Ejército Rojo a priori no se declaraba antisemita y algunos judíos se declararon revolucionarios, y para muestra de ello la frase de Stalin en referencia al antisemitismo: “En la URSS el antisemitismo es sancionable con la mayor severidad de la ley como un fenómeno profundamente hostil al sistema soviético”.
Entretanto la Revolución triunfó con Lenin a la cabeza. Para Lenin cada nación debía tener su propio territorio para desarrollarse dentro del socialismo y ahí es dónde entraba en juego el Óblast Autónomo Hebreo. Como dentro del Imperio Ruso los judíos nunca habían tenido un territorio definido ni habían sido un pueblo unido se les ocurrió un plan: otorgarles una región entera —36.244 km cuadrados de tierra fértil, aproximadamente las dimensiones de Bélgica — en la Siberia Oriental que limita con China. La elección del sitio no fue aleatoria pues ocupaban una parte de Siberia en la frontera con otro país por posibles conflictos bélicos (una estrategia militar): los alejaban de la parte occidental para alejarlos de los conflictos y explotaban una “tierra virgen”. De primeras era un plan casi perfecto, de primeras.
El plan se llevó a cabo en 1928, como una firme alternativa al sionismo, pero no fue hasta 1934 cuando se le concedió el estatus de “República Autónoma” dentro de la URSS. En un principio se presentó como un lugar bucólico en el que el yiddish era el idioma oficial y tenía parada directa del Transiberiano, todo esto ligado a un bombardeo sistemático de propaganda por parte del Gobierno para que se establecieran allí. El proyecto, como era de esperar en algo tan “espontáneo”, fracasó.
En sus orígenes sí tuvo éxito y gran número de judíos provenientes de la parte Oeste, Ucrania, Bielorrusia (parte occidental) o incluso de fuera de sus fronteras, se establecieron allí. En 1939 la población judía era del 16 % del total. Nada más llegar se dieron cuenta que no era lo que les habían prometido, era un territorio en la angosta Siberia aún por edificar y crear, tendrían que empezar casi de cero. A esto se le sumaba que la mayoría de ellos eran de origen occidental y el cambio fue drástico, sin necesidad de mencionar la diferencia de temperatura.
Pero no todo son malas noticias. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial y antes de la creación del Estado de Israel la población judía era casi un tercio del total (actualmente, después de la creación del Estado de Israel y la disolución de la URSS solo un 1% son judíos). La bandera y el escudo hacen clara alusión a símbolos hebreos (la bandera, por ejemplo, es un arcoiris que simboliza la paz, el bien y la felicidad además de tener siete colores igual que velas tiene el Menorá, sobre un fondo blanco que significa pureza) algo muy determinante para la integración. Cabe destacar que los conflictos en la región fueron escasos o inexistentes. En Birobidzhan (su capital, que cuenta con 75.000 habitantes apróximadamente) hacia 2004 se abrió la primera sinagoga con dinero público o monumentos a la cultura hebrea, pese a que el yiddish esté desapareciendo en la región.
A modo de curiosidad cabe destacar algunos aspectos como que el proyecto fue apoyado inicialmente (1934) con dinero y recursos del Comité Americano-Birobidzhan (Ambijan), que en 2010 se implantó en las escuelas “Fundamentos de las culturas religiosas y la ética secular”— una asignatura que profundiza en la cultura ortodoxa, islámica, judía, budista, de otros lugares del mundo y de ética secular— o que en 2013 el gobierno aprobó un programa de reasentamiento de los judíos extranjeros que quisieran mudarse a la región y según los datos sólo un judío se acogió al proyecto.
El proyecto desde el principio no tenía ni pies ni cabeza y fue otro plan para el repoblamiento de Siberia por parte de la URSS que fracasó, pero desde mi punto de vista no dista mucho del fracaso del actual Estado de Israel, pues al menos este era un “territorio virgen” sin necesidad de tener que expulsar a la gente que allí vivía (o recluirla) y no se dieron conflictos entre gente de otras etnias o religiones. Que no fue un éxito, cierto; que no es el único gran fracaso con estas características, también.