Cuba desde dentro

El preu de la llibertat

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El 7 de febrero partí con mi familia a Cuba, en un viaje de una semana que tenía como fin que mis abuelos y mi bisabuela de 93 años conocieran a mi primo, nacido el verano anterior en Málaga.
Mi padre abandonó la isla en 1996, y le siguió mi tía en 2008. Con ellos y con el bebé cogí un avión que en nueve pesadas horas nos puso en tierra cubana. Yo ya había visitado la isla a mis siete años y varias memorias prevalecían; sentía lástima por mi primo, en cuya memoria el viaje iba a pasar desapercibido.
Como de costumbre, no fabriqué expectativas en mi cabeza de ningún tipo. Sin embargo, me sorprendió en cierta manera lo generalizado que estaba el uso de teléfonos móviles. No sólo en la juventud, sino en la mediana y en la tercera edad. Por otro lado, debo elogiar la capacidad emprendedora de los cubanos. Puede sonar cómico, pero ciertamente el modelo socialista, vigilante, ha funcionado como caldo de cultivo para decenas de miles de pequeños autónomos que, a la manera de los Über, usan los limitados medios publicitarios con los que cuentan para brindar sus servicios a turistas. Viajes en coche de dos horas hasta Matanzas, región en la que se encuentra la famosa playa de Varadero; excursiones a Guantánamo o a la Isla de la Juventud, etcétera. Y no sólo conductores y taxistas; relojeros, pasteleros ambulantes, verduleros… Incluso en España, antes de poder poner un pie en el consulado cubano para recibir el visado, un hombre me ofreció los servicios de su agencia, que se encargaba de agilizar el papeleo, ya que la burocracia parece ser especialmente lenta en Cuba. “No se equivocaba” me dije, tras cuatro horas de espera en el consulado.
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Pasé la semana en la casa de mis abuelos, que vivían también con mi bisabuela (madre de mi abuela). Santos Suárez es un barrio bastante elevado geográficamente de La Habana. Ignoro si éste es de los más pobres de la ciudad; incluso me atrevería a decir que no. Pero, desde luego no era de los más ricos; profundizaré en esto más tarde.
La mayoría de las casas presentaban un pequeño patio con verjas, columnas griegas y techos altos, muy altos. Por dentro, la extensión de las paredes daba espacio a discretas ventanas que mantenían iluminada la casa. Salón y cocina abiertos; demasiado, para las personas que encuentran en los momentos breves de solitud doméstica gran comodidad.
La casa ha sido habitada por mi familia por casi 50 años, y estaba repleta de cachivaches sorprendentemente funcionales para su edad. Ventiladores alemanes de los 70, bombillas y neveras rusas, y decenas de otros pequeños objetos que ponen de manifiesto la fortaleza y la solidaridad existente en las relaciones de los países socialistas; hace no mucho.
Sin embargo, el agua para la ducha había de calentarse previamente en la cocina, y los cortes de luz eran extraordinarios, pero no extrañísimos. Por supuesto, no había router WiFi. Como dato, el sistema operativo de Apple, iOs, no está operativo en Cuba, y existe una notable dominio de Android en lo referente a dispositivos móviles.
En televisión, existen únicamente seis canales: tres informativos, uno infantil, uno de deportes y uno de cultura, si no recuerdo mal. Se hacía notable el aislamiento de Cuba al ver las noticias, generalmente referidas a eventos o a proyectos del gobierno, junto con puntuales menciones a Siria, Colombia y Venezuela. Sin embargo, era común la emisión de películas estadounidenses como Jumanji (1993) o de partidos de fútbol (inglés y español).
Un pequeño paseo por el barrio me sirvió para darme cuenta de lo prometedor de la natalidad cubana: cientos y cientos de niños y adolescentes, todos uniformados (esto es, escolarizados) y amistosos. Además la fuerza del sistema sanitario pudo hacer en una mañana a mi padre la revisión que la Seguridad Social española le hizo aguardar por más de un año; por no mencionar la inmediatez con la que a mi abuela le fue repuesto un diente caído accidentalmente días antes.
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Volviendo al asunto de los barrios, debo remarcar la diferencia que había entre Santos Suárez y otro cuyo nombre no recuerdo, habitado por numerosos cargos públicos. La casa que visité no tenía nada que envidiar al chalet español. Del mismo modo, algunos grupos (en general, científicos) contaban con coches modernos; bebés, en comparación con los dinosaurios de hojalata con los que se movían los siempre ocupados taxistas.
Los cubanos -especialmente los más jóvenes- son conscientes de las diferencias que hay entre su país y el Occidente capitalista. Sin embargo, son conscientes también de su situación privilegiada en América Latina: seguridad en las calles, desnutrición erradicada, niveles de escolarización altos, y un sistema médico envidiado en el resto del mundo. Se mira con incertidumbre el futuro sin Fidel, pero los valores de la revolución siguen presentes en las calles.
Próximamente continuaremos con pinceladas más finas de este viaje.
« La fe de los pueblos se despierta con hechos. »
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