El feminismo ausente en los Goya

El preu de la llibertat

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El año que decían que iba a ser el de las mujeres, parece que ya ha quedado claro que al menos no será el de las que decidan dedicarse al cine. El sábado, la gala de la Academia no sólo causó enfado, sino que llegó a ruborizar de vergüenza ajena a todas las feministas que estábamos al otro lado de la pantalla tanto como a las que se encontraban infiltradas en lo que Leticia Dolera hizo bien en denominar como “un campo de nabos feminista perfecto”. Los discursos que pusieron cierto cariz reivindicativo a la gala llamaron la atención por su tibieza. En algunos momentos llegaron a ser tan vacíos que parecía ser culpa de las mujeres no aparecer, no estar, no dirigir, no ser nominadas… cuando sólo el 27% de las personas que optaban a un Goya no eran hombres. Reivindicaban la presencia de mujeres sin nombrar ni una sola política pública que pudiera incentivar su visibilidad y su presencia. Parece ser que somos demasiado tímidas, demasiado discretas, demasiado silenciosas, demasiado poco buenas como para estar representadas en estos premios.

El eslogan “+mujeres” quedó muy lejos de convertirse en una proclama con contenido como en un día pudo serlo el famoso “No a la guerra”. “Más mujeres” se dejaba entrever entre los abanicos, pero una y otra vez salían hombres a recoger premios de categorías en las que ninguna mujer estaba nominada, en seis ocasiones para ser exactos.  Un Joaquín Reyes explicando lo que es un mansplaning con un toque absurdo tampoco consiguió revertir elegantemente esta situación de injusticia obvia. A la propia Leticia Dolera parecía darle un poco de lástima. A pesar de todo, encomendar la presentación de la gala a dos hombres y pretender que sea feminista no deja de ser un intento desesperado, y ver cómo lo intentaban provocaba una mezcla de hastío y pena difícil de digerir.

La gala de las mujeres no contó con mujeres, ni con discursos feministas, no se mencionó ni una sola vez que cobramos menos porque existe el patriarcado, porque el capitalismo atenúa estas desigualdades y porque la división sexual del trabajo nos expulsa de las artes. El sketch sobre las musas carente de toda gracia, nos dejó a todas con la duda de saber si contenía cierta crítica, o por el contrario, era una perpetuación, una vez más, de los hombres como creadores. En resumen, la noche no resaltó por el humor, ni por los discursos, pero sí por un tono somnífero que superó con creces al de otras galas. Las reivindicaciones, salvando algunas excepciones, no apelaban a nadie, ni siquiera al gobierno. Nadie pareció pensar que para que haya más mujeres, tiene que haber menos hombres.

También hubo pequeños instantes de luz como cuando Leticia Dolera y Paula Ortíz recitaron a uno de nuestros poetas más señalados. El poeta García Lorca decía: “Yo denuncio a toda la gente que ignora a la otra mitad. Esa mitad acorralada, esa mitad que viene cantando por los dormitorios de los arrabales.” Nosotras somos la otra mitad, la mitad del mundo, y la mitad de la imaginación.” Esta gala no dio voz a esa otra mitad, pero a diferencia de ocasiones anteriores,  quedó visible y tangible su ausencia.

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