Los responsables de nuestro miedo

El preu de la llibertat

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Martes, 2:00 horas de la madrugada. Sigo esperando la llegada del búho que me lleva de vuelta a casa. Si fuera fin de semana la parada estaría repleta de personas, pero hoy me encuentro totalmente sola y alertada por las miradas de dos hombres sentados en la acera de enfrente. Se me pasa por la cabeza la idea de cogerme un taxi. No acostumbro a usarlos, pero como no me quitan los ojos de encima, la idea va tomando fuerza. Es el precio a pagar para aquellas mujeres que decidimos salir a la calle en solitario. Las historias sobre las que desaparecieron por tener la osadía de no reparar en este detalle nunca dejan de sentirse increíblemente próximas. Desde pequeñas, sus nombres (Rocio Wanninkohf, Sandra Palo, y ahora Diana Quer) han sostenido un imaginario común que nos evitaba olvidar lo que éramos y cuál no era nuestro lugar.

En los últimos años, desde los feminismos se ha ido dando cada vez más importancia a violencias invisibilizadas, como el acoso callejero, y ahora mismo contamos con muchas mujeres alrededor de todo el mundo revindicando que no sólo la calle, también la noche es nuestra. Este es el caso de Hollaback, una red de mujeres que ha ido creciendo formando núcleos organizados por países de todo el mundo con una crítica contundente al acoso en las calles. En su página web se recogen historias de acoso y estrategias para subvertirlo. Entre las diversas acciones que llevan a cabo, se encuentra la señalización de lugares donde han sufrido el acoso. En Madrid, este colectivo recibe el nombre de Levanta la voz. Debbie, una de sus portavoces, afirma que “en estos años hemos conseguido pequeños cambios individuales, pero no se ha alcanzado un impacto en los hombres, que al final son los acosadores”. Empezaron a trabajar contra el acoso callejero en 2016 y desde entonces han realizado actividades como talleres de sensibilización o de respuesta ante el acoso callejero. En este colectivo lo tienen claro “es un juego de poder, los hombres lo hacen por esta razón, la diferencia radica en que unos son conscientes y otros no” explica Debbie. En cuanto a la manera de responder a esta violencia, tratan en colectivo cómo revertir la situación y descolocar al agresor. “La reacción suele ser de enfado si respondes, en mi caso he dejado de enfadarme porque aprendí que en algunos casos disfrutaban con ello” confiesa la portavoz.

Hace unos años, habría resultado impensable que el acoso callejero ocupara la agenda política, pero en los últimos tiempos empieza a estar presente. La semana pasada el Instituto Andaluz de la Mujer y el Instituto Andaluz de la Juventud han sacado una campaña con el lema “No seas animal”- no exento de críticas por parte de los animalistas, quienes consideran la comparación injusta- con la intención de generar concienciación social en torno a esta situación de desigualdad. Podemos encontrar otro ejemplo en Chile, donde se creó un Observatorio contra el Acoso Callejero, desde el que se realizó una encuesta en 2014 donde un 94,7% de las mujeres decía haber sufrido silbidos y otros sonidos increpantes en la calle.

Todavía ahora, cuando es de noche y no hay nadie por la calle, no logro dejar de encontrarme atemorizada ante la inminente posibilidad de que un hombre esté esperando el momento adecuado detrás de los arbustos. Cualquier ruido se convierte en un sobresalto. He llegado a recibir con verdadero estupor la aparición de un gato negro en la acera, que rápidamente se escondía entre los coches. Todo esto en el mejor de los casos, porque cuando lo que aparece es un hombre y no un gato, la única opción es rebajar el paso para ver si, con un poco de suerte, me adelanta. Mientras nosotras vivimos con auténtico terror la idea de andar solas por la noche, los hombres ni siquiera tienen que sentirse responsables de nuestro miedo.

No puedo evitar pensar que lo último que escribió Diana Quer fue que un hombre la estaba llamando. El asesinato fue el castigo que recibió por quebrantar el pacto entre los poderosos; en este caso, los hombres. De los pactos entre los poderosos no se habla, y la expulsión de las mujeres del espacio público tiene mucho que ver con esto, es un grito a voces, inaudible, fruto de un acuerdo tácito. Sin embargo, si yo me hubiera puesto a gritar porque dos hombres me miraban con dudosas intenciones me habrían tachado de exagerada. Las que seguimos vivas sabemos que cualquiera de nosotras podía haber escrito ese mensaje, pero el patriarcado necesita hacernos pasar por locas. Nos necesitan silenciadas, pero nosotras cada vez estamos alzando la voz más alto.

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