Cataluña no es una nación milenaria, no tiene el parlamento más antiguo del mundo, tampoco somos más trabajadores que nuestros primos de la meseta.
Decía en un artículo en esta revista hace más de dos años que existen tres fuentes principales para legitimizar el secesionismo. El nacionalismo, el remedialismo i la democracia. En la primera ola de independencias, pasada la Primera Guerra Mundial, el nacionalismo fue la legitimización predominante para la emancipación de los estados resultado de la caída de los viejos imperios europeos. En la segunda ola de independencias, durante el proceso de descolonización, la fuente de legitimación fue el remedialismo. Durante la tercera ola de independencias, después de la caída de la URSS, el principio democrático fue el gran legitimizador de la secesión, sobre todo en los países bálticos y centro europeos. Finalmente durante la hipotética tercera ola de independencias (hipotética en tanto que ni Quebec, ni Escocia, ni Cataluña son estado independientes por ahora), la principal fuente de legitimización pasa a ser la democracia.
En Cataluña el discurso secesionista se basa en el principio democrático. Este discurso, generalizado a partir de 2006 con la creación de la Plataforma pel Dret a Decidir, se cristaliza en el llamado Derecho a Decidir, una adaptación catalana (o quebequesa, según quien reclame los derecho de autor) del famoso derecho a la autodeterminación. Este principio democrático no es ni ha sido el único en legitimizar la secesión de Cataluña, en tanto que el nacionalismo y el remedialismo han sido y son muy presentes dentro del ideario independentista: el nacionalismo catalán surge durante la Renaixença con la constatación de la necesidad de la burguesía catalana para dotarse de una plataforma política propia. El remedialismo, madura hacia los años sesenta con la creación del Partit Socialista d’Alliberament Nacional, que consideraba los Paises Catalanes como un territorio colonizado por España. Actualmente conviven tres fuentes de legitimació: El principio democrático (votar es democracia, derecho a decidir…) el remedialismo (España nos roba, represión o república…) y el nacionalismo (los catalanes no somos españoles, Cataluña no es España, etc.)
En pocas palabras: cuando el movimiento independentista ha puesto el status quo estatal más contra las cuerdas, es en oponer el concepto de democracia al del régimen del 78. En otras palabras, cuando el independentismo ha hablado de referéndum y lo ha defesando contra el orden post-franquista establecido por el PPSOE y la UCD, más suportes gana. Lógicamente este discurso sería absolutamente inútil si no fuera precedido de un pliegue de agravios importantes (desinversión, espolio fiscal, ataques contra el modelo educativo, etc.) de carácter remedialista. El problema surge cuando un sector del independentismo enarbola la bandera del nacionalismo. Si bien el nacionalismo puede ser más o menos étnico (el nacionalismo cívico catalán alrededor de la lengua no tiene nada que ver con el nacionalismo serbio, por ejemplo), la definición de nacionalismo que empleamos de forma más frecuente es la alemana, la romántica, formulada per autores como Herder o Fichte. Según esta tradición, es la cultura, sea religión, lengua o costumbres, lo que da cuerpo a la nación. En consecuencia tenemos un problema al intentar justificar la secesión mediante la nación, en un país donde gran parte de la población es nacida o tiene los padres en el Estado español, o simplemente habla el castellano como lengua materna. Lógicamente nos encontramos que la amplísima mayoría de los votantes unionistas son castellanohablantes y tienen fuertes vínculos familiares con el resto de España.
En qué disyuntiva nos encontramos? Si se habla de nación, el independentismo se estanca, mientras que al hablar de democracia (con la necesaria dosis de remedialismo) se ganan apoyos. Cuando el independentismo hace campañas de autoconsumo del tipo: “si queremos que vuelva el presidente, hace falta votar al presidente”, no ensancha su base social. Por este motivo ERC ha sacado unos resultados históricos en la Área Metropolitana de Barcelona (donde crece más el independentismo), atrayendo un parte considerable de abstencionistas. Por el contrario vemos como la mayoría de los votantes de JxC provienen de la extinta Junts pel Si en los feudos tradicionalmente nacionalistas del principado. Cataluña tiene que ser y será la muerte del régimen del 78. Cogiendo el testimonio de ruptura democrática de la transición, el independentismo tiene que cuestionar la falta de madurez democrática de España desde la más absoluta radicalidad democrática.
Se tienen que ganar apoyos por abajo y por la izquierda. Partiendo de la base que Ciudadanos es un partido que recibe suportes de la burguesía catalana de La Bonanova y Pedralbes, como de las clases populares de Roquetes y Trinidad Nova, el independentismo tiene que desgastar la “naranja mecánica” (como diría Gabriel Rufián) en este último tramo de votantes. El estado español es un entramado político (superestructura) construido sobre una economía extractiva (infraestructura) fuertemente presente en los sectores regulados (Banca, electricidad, telefonía, agua y gas). Si las clases populares son las que sufren más las subidas tarifarias de luz, gas o conexión a internet; tienen que ser las primeras en rebelarse contra la oligarquía extractivista española que los expulsa. Así pues, el independentismo tienen que sumar apoyos contra la pobreza energética, tasando las compañías telefónicas y la banca, re municipalizando el agua (que al caso, fue privatizada por nuestra amada Generalitat) y luchando contra Florentino Pérez y la mafia del Proyecto Castor.