Arte y gentrificación en Lavapiés: la desposesión se disfraza de cultura

El preu de la llibertat

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El “dinamismo cultural” se configura como uno de los apelativos turísticos del barrio, al tiempo que aumentan un 17% los precios de los alquileres y escasea la vivienda.

Observo con preocupación cómo terminan de acicalar el flamante rótulo del nuevo “laboratorio digital” instalado al lado de mi casa. Se trata de un local diáfano y desnudo con aires de loft, que en su interior custodia amplias mesas de trabajo ribeteadas de ordenadores asépticos: todo ello envasado en una etérea cristalera. Mientras tanto, en Lavapiés acontece mucho ruido, mucho follón. A unos pasos del coworking, unos chavales están sentados en un portal, riéndose a carcajadas, fumándose un cigarro. Al otro de la acera, una pareja se toma una cerveza apoyada en la mesa de un bar. Yo estoy yendo a currar. Y miro aquello con preocupación, porque este contraste barroco es de por sí sospechoso, y porque está empezando a ser habitual. También porque desde que nos suben los alquileres y nos quitan las casas para convertirlas en Airbnb, parece que estamos más atentas a los detalles.

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Un ejercicio: ojear guías turísticas de Madrid; comprobar que Lavapiés es “el nuevo barrio cool”, el barrio multicultural, dinámico y artístico. Hace unos meses leía el libro de Martha Rosler, recién publicado en España, Clase cultural. Arte y gentrificación, donde la artista analiza el papel estratégico de las artes visuales en el seno de la ciudad neoliberal, devenidas “marketing del estilo de vida”, bandera de los procesos de gentrificación. En su libro, Rosler cuenta cómo estas son instrumentalizadas para limpiarle la cara a los barrios populares y volverlos atractivos al turismo y a las clases más acomodadas, reconcentrando sobre el territorio el capital simbólico (capital económico maquillado). Y, por las diosas, aquello encajaba tan bien con lo que está pasando en Lavapiés. De repente, ya no sólo tenemos un problema con los Airbnb (lucha ejemplarmente sostenida por el colectivo Lavapiés ¿dónde vas?); de repente, las personas implicadas en el mundillo de la cultura pronto tendremos que rendir cuentas de nuestros proyectos ante nuestras vecinas, para defender la vida que queremos vivir en nuestro barrio.

Pero la “estrategia cultural” no debería extrañarnos. De hecho, formaba ya parte del plan de rehabilitación inicial del barrio (el Museo Reina Sofía, inaugurado en 1992, limpió de yonquis la zona colindante con Atocha; la Casa Encendida, en 2002, la de Ronda de Valencia y Embajadores). De los dosmiles también data el boom de la calle Doctor Fourquet, “la milla del oro del arte español”, que reúne en 500 metros a más de 25 galerías de arte. 08, y contagia a tiendas, bares o cafeterías (que ahora se encarecerán; también serán librerías y servirán muffins).

La cultura como elemento emancipador, como ejercicio para el músculo de la imaginación política, hace ya unas décadas que se desactivó a través de ingeniosas operaciones en las esferas de poder, tal y como demuestran los lúcidos análisis de F. Jameson o G. Yúdice. La cultura al servicio del capital –o la cultura adecuada a los cauces establecidos, o la cultura carente de autorreflexividad— se propaga por casi todos los resquicios para devenir norma. Y esta cultura, cuando adopta la forma de espacio artístico normativo, corre el riesgo de contribuir a los procesos de desposesión de nuestros barrios, espectacularizando el espacio de vida. Lavapiés se nos va, pero todavía aguanta un poquito más. Y es ahora: ahora cuando podemos truncar el proceso, cuando nos podemos negar a engordarlo. Quizás ya no debamos llamar a la puerta educadamente, quizás ahora es el momento de ocupar la imaginación.

 

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