Jaque mate, Salvador

El preu de la llibertat

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…y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo, siempre junto a ustedes. Sepan que mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las alamedas por donde pasarán en libertad para construir una sociedad mejor.

El salitre y la brisa marina rociaban mi cara. Valparaíso llenaba mis pulmones. Siempre era una placer recordar las viejas partidas de ajedrez con ese viejo lobo carpintero de Calabria. Demarchi tenía el taller entre las callejuelas de las coloridas casas coloniales de Cerro Alegre, desde donde todavía hoy se puede vislumbrar la bahía al Pacífico.

Su memoria y su rostro eran ya un esbozo en mi memoria, pero sus palabras cambiaron lo que iba a ser por lo que fui.

“Fíjate en esta mesa en desacuerdo, subversiva e incontrolada, dispuesta a lanzarse a la destrucción de los demás, así como a la suya propia, si con ello puede romper el yugo”, decía mientras deslizaba el peón blanco por el tablero. “Cada partida es diferente, llena de posibilidades, no pretendas buscar un modelo a imitar, no funcionaría”. Su alfil ya marcaba el tempo de mis movimientos. “Siempre avanza con una misma esperanza, el poder de los dioses es ese, salva las piezas, salva a la gente… jaque mate, Salvador”.

Demarchi citaba clásicos como Séneca, Platón o Tucídides en sus partidas, aunque yo lo desconocía por aquel entonces. Antes de partir, entrado ya el ocaso, solía tenderme algún que otro libro revolucionario que depositaba cerca de la mesa de ajedrez para que lo recogiese.

Pero la mesa que tengo ahora delante de mi es muy diferente a aquella, aunque el resultado no deja de ser el mismo. El humo, la runa y el sudor frío recorren la frente mientras deposito a un lado el micrófono. Mi posibilidad ha sido derrotada.

Hacía tres años que había emprendido un camino nuevo y desconocido, con la única brújula del humanismo que nos guiaba como país hacia el socialismo. Las armas no habían sido necesarias, sólo el mandato democrático. La vía chilena, por la cual cada pieza de tablero debía moverse por voluntad propia, era nuestra revolución. Nuestra revolución caída.

Por lo menos mis hijas Beatriz e Isabel se habían marchado. No había resultado fácil convencerlas, tras un cálido abrazo en el umbral de la puerta donde sólo imperaba el silencio. Un silencio de lágrimas invisibles. Beatriz tenía que hacer llegar el mensaje a Fidel.

Poco después de su marcha los Hawker Hunter habían bombardeado con su artillería desde el cielo mientras los tanques perforaban las ventanas y las tropas asaltaban la primera planta.

-Presidente, la primera planta está tomada por los militares, dicen que debemos rendirnos. – El rostro del doctor Óscar Soto era de convicción, derrota, impotencia y, a su vez, trágica esperanza. Un espejo que reflejaba el espíritu de la decena de personas atrincheradas en la sala.

– Bajad y entregaos. –En medio del caos y la destrucción afloraba un delantal blanco que saqué de entre las runas. – Sin demora.  

Me acerqué a la puerta, los interruptores no funcionaban y la luz de las llamas iluminaban a trompicones la escalera. Me despedí uno a uno mientras bajaban en fila india. Lo sabían.  

Cuando la Payita Miria Contreras abandonó la sala con el acta de independencia de Chile resguardada entre sus ropas, entrecerré la puerta y me dirigí al pasillo interior con el mismo rifle con el que había llegado esa mañana. Atrás quedaban Tencha y las niñas, Mamá Rosa, Valparaíso, Demarchi, el Frente Popular, el tren de la Victoria, los hijos del carbón, Eduardo, Ernesto, Fidel, y la revolución.

Me senté con la poca serenidad que me quedaba en el sofá, la culata reflejaba las letras doradas inscritas en la placa: “A Salvador, de su compañero de armas, Fidel”. Lo acerqué con mano férrea. Tras la negrura sólo quedó un mensaje: “Misión cumplida. Moneda Tomada. Presidente muerto”.

Salvador Guillermo Allende Gossens morí un 11 de setembre de 1973, després del cop d’Estat militar comandat per Augusto Pinochet que portaria a Xile a una dictadura fins l’any 1990. Dues setmanes més tard de la seva mort, un 28 de setembre, Beatriz Allende donaria a conèixer l’últim missatge d’Allende a la plaça de la Revolució de l’Havana: “Dile a Fidel que cumpliré con mi deber. Haré respetar la voluntad del pueblo hasta el final. Dile que hoy nace la resistencia y no parará hasta que tengamos una Chile libre”.