Diario de un superviviente

El preu de la llibertat

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Hola, me llamo Salvador Aznar, aunque algunos compañeros dentro de mi círculo intelectual me llaman “el Baumann”, pues suelo, con frecuencia, copiar a Zygmunt Baumann en mis trabajos. ¿A qué me dedico? A la docencia. Soy profesor de alguna asignatura de las Ciencias Sociales en una de otras tantas mediocres universidades españolas. Básicamente, nuestro trabajo consiste en leer Power Point sin interés en clase, y esperar que, sin realizar ningún tipo de esfuerzo para que se sientan motivados, los alumnos tengan interés. Quizás suene paradójico, pero tampoco es que me importe demasiado, pues yo cobro todos los meses. Soy sólo la sombra de quien me hubiese gustado ser, otro periodista fracasado que se dedica a contar sus batallas en clase (para que mis alumnos no se duerman mientras mientras leo los Power Point), esperando vehementemente que llegue la hora de retornar a casa, donde, quizás, con algo de suerte, tenga una lasaña descongelándose al lado de la encimera.

¿Que qué hago cuando llego a mi casa? Leo libros y tomo apuntes de aquello que está relacionado con mi materia. Después, escribo mis propios libros sintetizando lo que han escrito los demás sobre algunos temas; no suelo realizar ninguna nueva aportación a nada. Publicar tampoco me encanta, pero la universidad me paga por ello. ¿Mi única máxima en la vida? No cuestionar nunca nada de lo que me dicen, hacerme amigo de quienes dirigen el cotarro y ganar la mayor cantidad de dinero posible. Si alguna vez me invitan a opinar a la radio, mejor, pues tendré otra batalla que contar a mis alumnos para que no parezca que soy un loser, un indiferente: uno de esos a los que Gramsci acusaba de ser el peso muerto de la Historia. Cuando hay elecciones al rectorado siempre estoy del lado del poder. Me gusta hacerme fotos con personalidades famosas, y luego subirlas a mi cuenta de Facebook. Me hago llamar liberal, pero, mi única ideología (y esto que no salga de aquí, querido diario) es ese poderoso caballero: Don Dinero.

Siempre me he preguntado por qué nadie quiere que le dirija su Trabajo de Fin de Grado, o de Máster. Quizás sea porque no soy un buen profesor, pero, ¿acaso no estoy cobrando lo mismo que mis colegas?, ¿acaso no trabajo al igual que ellos por el mismo sueldo?, ¿acaso no es el dinero lo más importante en este sistema? Todas las noches, cuando llego a casa, mi mujer y mis hijos me esperan. Nunca sufren, pues saben que no ando en luchas que no corresponden a gente de mi nivel intelectual. Que podría preocuparme más por mis alumnos. Que podría estar de su lado en aquello cuanto reivindican, pero, ¿para qué? Mis profesores del tardofranquismo nunca lo hicieron. ¿Acaso debo creer que yo solito tengo la potestad para pensar que puedo aspirar a cambiar las cosas? Que se busquen la vida, como yo hice en mis tiempos. Cuando salgan de la carrera y su mundo laboral sea completamente diferente al que les hemos mostrado, que se adapten a él, no me pagan por endulzar sus miserables vidas. Al fin y al cabo, quien lucha seguirá perdiendo, y yo seguiré ganando dinero a costa de evitar remover las conciencias de mis alumnos. Voy a dejarme de cábalas y voy a irme a dormir. ¿Qué puedo cambiar yo? No soy más que una pieza del poderoso engranaje del juego del poder en España. A la élite política le interesan profesores que leen Power Point, crean exámenes tipo test, los imponen a sus alumnos igual que sus madres les imponían antaño los platos de lentejas, corrigen y no cuestionan nada. Sería impropio de todo un señor intelectual como yo desobedecer a sus Señorías y a sus padres del IBEX 35. Citando a Clint Eastwood, siempre han existido quienes llevan el revólver y quienes cavan, y yo prefiero aliarme a quienes me transmiten seguridad porque rezuman olor a pólvora. No hay nada nuevo bajo el sol, ni nunca lo habrá. Somos la deformación más burda y grotesca de la realidad europea, como dijo Valle-Inclán; siempre seguiremos siéndolo. Me espera una buena copa de aquel burdeos añejo que me regaló el rector por mantenerme fiel, por ser su Sancho Panza. Mi mujer duerme, y yo debería hacer lo mismo. Al fin y al cabo, algunos tienen remordimientos, y yo tengo mi chalé en La Moraleja y mi copa de burdeos.

“Los hechos no dejan de existir porque se les ignore”- Aldous huxley

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