Sobre la gestación subrogada

El preu de la llibertat

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Estas últimas semanas, la “gestación subrogada” o vientre de alquiler ha estado en boca de todos. Su práctica, de la cual se han beneficiado personajes públicos como Nicole Kidman, Ricky Martin, Miguel Bosé, Tamara Gorro y Jaime Cantizano, se exponía en unas jornadas informativas que tuvieron lugar el fin de semana del 6 y 7 de mayo bajo el nombre de Surrofair (traducido, feria de subrogación). No faltaron las protestas, tanto en redes sociales (bajo el hashtag #feriadeuteros) como en el lugar, ya que se llegaron a concentrar allí alrededor de un centenar de mujeres de diferentes asociaciones feministas a la voz de “Mi vientre no se alquila. Mi cuerpo no se vende”. Pero, ¿sabemos realmente qué es el vientre de alquiler, y por qué suscita tantas protestas?

Su origen se sitúa en la década de los 70 en Estados Unidos. En esa época comenzaron a aparecer anuncios en los periódicos de parejas estériles que buscaban a mujeres fértiles que estuvieran dispuestas a quedarse embarazadas mediante inseminación artificial y a entregar el bebé al nacer a cambio de una remuneración. Esto coincide con un periodo en que el número de recién nacidos en adopción disminuía debido a la legalización del aborto. Lo cierto es que las parejas no querían adoptar a niños que no fueran recién nacidos (porque podrían “venir con traumas”), ni a recién nacidos con distinto color de piel.

Muy poco después de la proliferación de esos anuncios (aún a pequeña escala), Noel Keane, abogado, vio el potencial de esta práctica en el mercado y creó la primera agencia que se dedicaba a vincular ambas partes, conocidas ahora como “padres de intención” y “gestante”. No debería sorprender que la pareja que alquila el vientre (dispuesta a pagar grandes sumas de dinero) pertenezca a la clase alta, mientras que la mujer gestante pertenece a la clase obrera.

Hasta ahora, el método utilizado era la subrogación tradicional, en el que se usa el propio óvulo de la mujer gestante y el semen procedente, o bien de alguno de los componentes de la pareja, o bien de un donante. El mercado toma dimensiones mucho mayores cuando a principios de los 90 se empieza a utilizar la fecundación in vitro; ahora la gestante puede quedarse embarazada con un óvulo de otra donante en lugar del suyo, lo que se conoce como gestación subrogada. Esto quiere decir, literalmente, que ya no hacía falta explotar a mujeres blancas de su propio país, si no que se podían ir a países empobrecidos (India, Tailandia, Ucrania) a explotar a otras mujeres y, ¡el recién nacido no sólo seguiría siendo blanco, si no también más barato!

La legislación actual difiere mucho entre países y se encuentra en constante evolución. Por ejemplo, agencias que antes operaban en India y Tailandia están teniendo que migrar a países africanos como Kenia. Por nombrar algunos ejemplos a nivel europeo, en países como España, Francia e Italia está prohibida en cualquiera de sus formas, mientras que en Gran Bretaña y Portugal sólo está prohibida la forma comercial. La gestación subrogada “altruista”, aquella en la que la indemnización consiste únicamente en los gastos médicos propios del embarazo, sí es legal.

Los principales consumidores (los podemos llamar “padres de intención” pero al final esto es un mercado) son parejas heterosexuales seguidas de parejas homosexuales (hombres), hombres solteros y, por último, mujeres que no quieren estropear (¿?) sus cuerpos. Lo que todos ellos tienen en común es el deseo de tener descendencia, pero, además, que ésta herede su carga genética. Es paradójico que, tal y como subraya Kajsa Ekis Ekman en su libro “El ser y la mercancía”, en el sector se defienda que los compradores no quieran tener hijos adoptivos porque tienen derecho (y de esto hablamos luego) a tener descendencia con sus genes (argumentos biológicos), pero, a la vez, renieguen del vínculo biológico que se genera entre la gestante y el feto, ya que ese vínculo no es el importante, no cuenta, sólo cuenta el de ser padre/madre. Un ejemplo de esto se puede ver en esta traducción de un párrafo de un ebook gratuito ofertado por una agencia en su página web (http://oneinsix.com/surrogacy_india.html):

“La solución de usar sólo una donante de óvulos no era una respuesta completa para nosotros. Nikki había sido un conejillo de indias durante tanto tiempo que ahora el deber de embarazarse era de otra persona (…) Teníamos opciones: donación de óvulos, subrogación y adopción. Obviamente, la subrogación, junto con la donación de óvulos, se encontraban en nuestras primeras opciones. La tercera opción era demasiado desastrosa, complicada y requería mucho tiempo. Además, no sabíamos nada sobre adopción. (…) Somos lo suficientemente egoístas como para querer nuestros propios hijos y aquellos que nos lo nieguen pueden irse a quejar/hacer ruido a parejas normales. “

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De igual manera que los “padres de intención” desean tener hijos con sus genes, también desean que la gestante esté ausente después de la entrega del producto (sí, es fuerte llamar a un recién nacido producto, pero más fuerte es tratarlo como tal). Es decir, quieren un niño suyo y sólo suyo, y que la mujer que ha cedido no sólo su vientre, si no todo su ser durante el embarazo (el vientre forma parte de una mujer), no forme parte de sus vidas. Aquí es donde entran la mayoría de conflictos legales e incluyen desde mujeres gestantes que se arrepienten y no quieren entregar al bebé hasta “padres de intención” que no quieren productos defectuosos, y es que hay que tener en cuenta que la mujer renuncia a cualquier tipo de libertad de decisión sobre su cuerpo durante todo el periodo de embarazo desde el momento en que firma el contrato. Si los “padres de intención” desean dos niños y hay trillizos, estos son los que decidirán si se quedan los tres o si abortan uno de los fetos. Si los fetos sufren alguna malformación, tampoco será la gestante la que decida qué hacer. Por desgracia esto no son casos aislados, si no parte de una lista de innumerables complicaciones.

Retomando la manipulación de los conceptos deseo, necesidad y derecho; tener hijos es claramente un deseo, algo que, por el motivo que sea, se anhela, mientras que una necesidad es algo sin lo cual morirías o no vivirías en las condiciones adecuadas. Si bien la necesidad lleva (o debería llevar) al derecho, convertir un deseo en un derecho, y es más, en algo que exiges a otra persona a costa de su explotación es, en este contexto, el colmo de la intersección entre el capitalismo y el patriarcado. No solamente conviertes tu deseo en el derecho a exigir a una mujer que use su vientre a tu conveniencia, sino que, a la vez, estás comprando un recién nacido. Citando de nuevo a Ekis Ekman “si el embarazo es un trabajo, entonces ¿cuál es el producto? (…) El producto de la maternidad subrogada es absolutamente tangible -un bebé recién nacido.”

No es de extrañar, después de poner todo esto sobre la mesa, que hayan surgido numerosas asociaciones en contra del alquiler de vientres. En España se ha creado la Red Estatal contra el Alquiler de Vientres (RECAV) (http://www.noalquilesvientres.com/), de la que son miembro alrededor de 130 organizaciones feministas.

Tampoco escasean las asociaciones creadas por mujeres que han dado a luz a bebés para otros, e incluso adultos nacidos mediante esta práctica están empezando a alzar la voz contra ella. Para reflexión, dejo la traducción de un pequeño párrafo que se puede encontrar en el blog de uno de ellos (http://theothersideofsurrogacy.blogspot.co.uk/):

“Para mí, fui comprado y vendido. Lo puedes maquillar con tantas palabras bonitas como quieras. Lo puedes envolver en un pañuelo de seda. (…) El hecho es que alguien te ha contratado para que hagas un bebé, renuncies a tus derechos parentales y entregues a tu recién nacido de carne y hueso.”

Rocío Caro. Ingeniera biomédica y estudiante del Máster Bioinformatics and theoretical systems biology en el Imperial College London. En mi tiempo libre me formo en y hablo de feminismo, salud mental, temática LGTB y lucha de clases. Quiero un sistema libre de capitalismo y de cisheteropatriarcado.

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