Mucho se ha hablado sobre el papel de la mujer en estas últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos, donde compiten ferozmente dos candidatos al poder: Hillary Clinton y Donald Trump. Nos encontramos con un problema de base, debemos de elegir entre lo malo y lo peor, entre Make America Great Again (Hagamos América grande de nuevo) o I’m with her (Estoy con ella). Diferentes formas de pedir el voto y de plantear soluciones a un país que hace mucho tiempo que dejó de pensar en el resto del mundo y tan solo es capaz de mirar a su propio ombligo, alterando la realidad a su antojo. Negando el gran impacto de un presente inestable donde las desigualdades crecientes castigan a los más pobres, hipotecando el futuro de todos y tiznándolo de negro. Pero el espectáculo debe seguir…
Los sistemas democráticos de todo Occidente han degenerado hasta el punto que la democracia se basa en depositar un papel cada cuatro años en una urna, y sentarse a esperar. Porque nada cambia y todo sigue igual, porque todo va a peor; cada día la ciudadanía está más dormida y el mundo pide a gritos un cambio de rumbo para una sociedad totalmente desnortada. En este preciso acto de la función entran Hillary y Trump al escenario, masas polarizadas y clima tenso. Aquí en Europa, aunque flotemos a la deriva, aunque nuestros políticos tengan cargos y sueldos vitalicios, aunque la corrupción arrase todos los niveles de la política, y nuestros partidos nos traten como a simples marionetas, tenemos más herramientas para limpiar el sistema, o para resetearlo por completo. Estados Unidos es otro cantar. Es muy aventurado llamar democracia formal a un sistema donde solo se gobierna desde arriba, y los candidatos a la presidencia y los propios presidentes tienen parentesco entre sí. Una muestra de ello es la familia Bush, padre e hijo han llegado al poder, o los Clinton, marido y la más que probable primera mujer presidenta, como si de una Roma Imperial se tratase, pero sin el aura gloriosa grecolatina.
Podríamos hablar de los otros dos aspirantes al trono de la Casa Blanca, Jill Stein o Gary Johnson –candidatos del partido verde y libertario respectivamente- pero su influencia real es escasa, siendo devorados por los monstruos de la maquinaria americana propagandística al servicio de los partidos demócrata y republicano. Durante toda la campaña se han podido ver argumentos a favor del bipartidismo y del voto útil, tales como “no votes al candidato que más te gusta, sino al proyecto de país que quieres”, desacreditando la valía de los representantes alternativos y siendo menospreciados continuamente. Dado que el voto a estas alturas está decidido, y forzado por las circunstancias grotescas y caricaturescas, ya que si se pertenece a una minoría racial, étnica, según la preferencia sexual o tan sólo por ser de un género en disputa merece la pena votar al diablo conocido, a ese mal que todos sabemos que tiene que venir. Porque la alternativa asusta muchísimo más y genera más dudas y miedo. Si nuestro voto es para Hillary, ¿qué alternativas nos ofrece en cuanto a calidad democrática y derechos humanos respecto a su rival?
Deberíamos fijarnos detenidamente en todos y cada uno de sus gestos para recabar votos usando el feminismo como marca de campaña. Porque Hillary Clinton puede ser la primera mujer presidenta de la historia de Estados Unidos, y ya sabemos que lo que acontece en este país es un logro de la humanidad en su conjunto, o al menos eso quieren que pensemos. Vivimos tiempos donde los ideales carecen de contenido, de compromiso. Hemos prostituido el valor de las primeras veces. Nos venden como un logro tener a la primera canciller mujer, pero es todo lo contrario: decadente y deprimente. En pleno siglo XXI se le dará oportunidad, voz y mando a una mujer para tomar las riendas del país más poderoso del mundo, ¿podemos verlo como un logro? Es indignante. Deja un sabor agridulce, porque es necesaria la representación de una mujer en un puesto de semejante envergadura pero llega demasiado tarde. Cuando ya nadie espera nada de este sistema, y la fina capa de reformismo de Clinton no es capaz de ocultar su voluntad por el continuismo de las políticas llevadas por sus predecesores. La situación no empeorará, habrá pequeños avances y algún que otro logro, que tape una gestión ineficaz y el descontrol absoluto por las oligarquías que gobiernan el país. Trump es un enemigo declarado del progresismo que tanto defiende Hillary, aunque no tenga problemas para traicionar sus principios ¿O en realidad su único principio es mantener contentos a los de Wall Street? Cosa que la incertidumbre por la ineptitud del candidato republicano no garantiza. Esto es América: el outsider que genera miedo y molestia en los mercados o la feminista que garantiza el sistema y que contradice cada uno de sus ideales.
La autoproclamada feminista que no tiene ningún problema en seguir apuntalando un sistema patriarcal que cosifica a la mujer y la explota, que nos divide y menoscaba nuestra voluntad. No quiero que esto sea temado como una crítica al feminismo, sino a lo que ella entiende por feminismo, y el cual no duda en usar y sacar el máximo rendimiento para sus propósitos electorales. Porque ser la primera autoridad tiene un precio, aunque sea el feminismo del que hace gala. Otro punto para aclarar: ser una mujer y dedicarse a la política no implica correlación ninguna en materia de feminismo. La única correlación que puede haber es en el grado de cinismo a la hora de utilizar ideales y personas tan sólo importantes para ganar votos.
Feminismo de eslogan, de protesta barata, sin contenido; de mucho ruido y pocas nueves. Feminismo blanco, de clase media-alta y de primer mundo, quejándose y preocupándose únicamente por su situación, sin ser solidario con otras causas. Feminismo al que no le interesa la sororidad- hermanamiento y compañerismo entre mujeres- más allá de compartir la imagen de infinidad de famosos con el lema de campaña I’m with her, para que todos los ciudadanos tengan claro lo muy feminista que es nuestra candidata. Todo es una cortina de humo, humo violeta y con tintes empoderadores, pero descafeinado y usado como mero cebo. Copando todas y cada una de las luchas, defendiendo Black Lives Matter (las vidas negras importan), tan sólo sujetando una pancarta en una manifestación, subiendo una foto a Instagram o tuiteando con el hashtag. Cuando llega la hora de la verdad y se necesitan políticas activas para la supresión de ciertos privilegios y la defensa de la igualdad de todos los ciudadanos es otro cantar. Tampoco se suelen recordar los derechos de la comunidad LGTB más allá del derecho al matrimonio y derechos reproductivos, cuando la autonomía como ciudadano debería ser clave. Por no hablar de la total omisión al colectivo transexual en la lucha por un feminismo interseccional y a favor de la diversidad. Lena Dunham podría ser el máximo exponente de esta corriente. Feminismo que no molesta, que no cuestiona, que reivindica sin plantear dudas, apuntalando una sociedad patriarcal donde la mujer no puede encontrar espacio, puesto que no está diseñada para que participe en ella.
Ese estoy con ella encierra tanta falsedad… Estar con ella para que nada cambie, para tener más de lo mismo, más de lo siempre. Una tomadura de pelo de magnitud colosal: cambiar el sexo del amo por una más moderna y sofisticada, con algo más de empaque político; no la convierte en una buena opción. Si se examina detenidamente, la poca ilusión que genera se desvanece en el acto. ¿Si gana hay motivo para la alegría? Bueno, al menos siempre podremos decir que no ganó Trump.
Los pequeños detalles también importan. Hilary aporta visibilidad al movimiento feminista tan denostado en estos tiempos. Aunque la sororidad solo sea selectiva, hace visible que es necesaria una red de apoyos femeninos para ayudarnos unas a las otras, sin castigarnos por el alineamiento que hemos vivido desde que nacemos. La interseccionalidad es muy limitada, pero se agradece disparidad de opiniones, o al menos la ilusión de que hay diferencia de pensamiento dentro de sus apoyos. Pero con tales aspiraciones este feminismo no llegará a ninguna parte, no conseguirá nada más que cualquiera de sus colegas hombre hubiera hecho por la simple influencia de esta corriente en la sociedad. De una mujer feminista llamada a ser la líder de la mayor potencia mundial se esperan grandes cosas. Se espera que muestre garra, actitud combativa, que luche por erradicar cada uno de los privilegios de los cuales hemos sido privadas y castigadas por ello. Que su cambio provoque incomodidad, que sus políticas sean inclusivas, que su conciencia social sea real, que no busque la complacencia de los medios que trafican con la información y el poder. Necesitamos una mujer presidenta que nos ayude a liberarnos, que nos permita expresarnos, sentir y vivir en la misma medida que lo hacen todos los hombres, sin tantos prejuicios y estereotipos que nos ridiculizan y encasillan por completo. Ser libres como última meta, garantizar la libertad de la ciudadanía americana y ser foco de luz esperanzadora para el resto del planeta.
El mundo no será un lugar mejor aunque Hillary Clinton llegue a la presidencia. Su feminismo seguirá siendo igual de insuficiente. Porque creer en la igualdad no le ha convertido una radical, cuando debería serlo. Todas las luchas importan, todas importamos. No usemos el feminismo como una estrategia de marketing más, hagámosla el arma más poderosa que jamás ha existido para la subversión de la sociedad.
Alea jacta est.