Perdónenme ustedes

El preu de la llibertat

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Sí, usted. El señor de la tercera fila, que mira por encima mientras comenta con sus compañeros el desafortunado desliz de esa jovenzuela, que parece no hacerse respetar del todo. Usted, el del Libro Rojo y el abuelo banquero, que se vanagloria de su pasado mientras disfruta en su casita de Lausanne de los privilegios intelectuales que le otorga el ser una vieja gloria del séptimo arte. Usted, el de la pashmina, que no se pierde una manifestación y venera al señor Iglesias por encima de su propia vida. Ustedes, queridos míos, perdónenme una vez más.

Por ser demasiado atrevida o quedarme esperando. Por gritar por encima de lo permitido o quedarme encerrada en mi silencio. Por existir sin su permiso. Por mi dulce pecado o mi amarga entrega. Por ser hija de María pero hijastra de Eva. Yo, mujer en esencia, he pecado, señor. Quizá fuera mi inocencia, al pensar que una falda corta me llevaría directa a mi violador. Quizá mi vanidad, por creerme con derecho a tener sus mismos derechos. Por jugar desde mi cuerpo en espacios ajenos, creyéndome libre.

Perdónenme porque he pecado. Porque llevo la sangre del estigma dentro de mis entrañas. Haga lo que haga, me quemarán en la plaza pública, seré juzgada y perseguida. Mi máxima esperanza, señor, es alcanzar la gloria que solo mi vientre puede darme. Darme en vida a otros ha sido mi destino a lo largo de todos estos años. Ay, de cuando me he atrevido a reinar, a pensar más de la cuenta y a conquistar con la misma avidez que sus señorías. Ay, de cuando he sido poderosa y dueña, con qué facilidad han reducido mi gesta a un gesto.

Así eran y así siguen siendo, queridos. Puede que se crean muy listos, pensándose que con eso de las “nuevas masculinidades” van a engañar a más de una. Pues están jodidos. Y es que siguen ustedes en la misma línea que sus queridísimos Segismundo y Jacques. Ustedes se han creído con el poder de dictaminar no solamente sobre nuestros cuerpos, sino sobre nuestra existencia misma. Creen que pueden decidir cuándo somos válidas y cuándo no. Cuándo somos dignas de su deseo (y por ende de su mirada)  y cuándo no somos más que viejas amargadas.

Y dirán ustedes ¿a cuento de qué viene todo este discurso ontológico?. Viene de que nos tienen hasta los ovarios, queridos míos. De sus monólogos infinitos en asambleas y de su feminismo de bar Manolo. Un feminismo más rancio que la Transición. Un feminismo postizo, que se ponen para ver porno haciéndose los inclusivos. Que se creen ustedes muy Modernos, muy cómicos y muy democráticos. Claro que sí. Ustedes sí que saben hacer humor, riéndose de violaciones y calificándonos de histéricas.

Van por ahí dándoselas de modernísimos. Con sus barbas recortadas y su New Left Review bajo el brazo. Dicen que las feministas les ofendemos. Que hemos llegado hasta aquí para robaros a vuestras novias y volverlas unas bolleras del remate.  Somos la mismísima reencarnación de Eva.  Y las que siguen el molde que ustedes han pactado tampoco les complacen: “frígidas, malfolladas”. Etcétera.

Se las dan de víctimas del sistema porque saben que acabaremos ganando. Así que cuando ven que tenemos voz, nos la callan. O eso intentan al menos. Tengo que confesar que me impresiona su avidez para catalogarnos y juzgarnos continuamente. Me parece francamente interesante que focalicen en nosotras toda su indignación política. Desde Clara Serra hasta Anna Gabriel, pasando por Andrea Levy. La tonta, la loca y la puta. Rápido y eficaz, sin perder el tiempo.

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Me fascinan, lo reconozco. Su eficacia para catalogarnos es digna del ritmo trepidante del capitalismo. Observa, critica y marca. Uno y dos, uno y dos. Venga, que se te escapa una. Ey, no olvides poner a Arrimadas de excéntrica capitalista. El Presidente….bah, da igual lo de la corrupción, tú céntrate en que es un maricón. Que eso es lo importante. Claro que sí. Que robe es lo de menos, pero que le pongan los rabos es un delito. Así llenan periódicos y satisfacen su onanismo. Nos cosifican a través del chiste fácil.

Lamento comunicarles una amarga noticia. Y es que por mucho que nos degraden y nos ridiculicen, no van a poder reducirnos a meros arquetipos. Las mujeres podemos ser tan malvadas y benévolas como ustedes. Diría más, podemos ser como nos dé la gana. Fíjense hasta qué punto llega nuestra libertad, que podemos incluso ser mujeres aún teniendo un falo entre nuestras piernas. Con la misma facilidad con la que podemos leernos en masculino plural desde nuestros satisfechos clítoris. O, simplemente, pasar de lo binario. Ay, que no saben ustedes nada, queridos míos.

Pues con las mismas, lamento decirles que Andrea Levy también puede ser lo que le dé la gana. Qué caray. De derechas o de izquierdas. De extremo centro o de centrismo extremo. Todo vale. Se centran ustedes en hablar de su gesto con el mismo despotismo con el que critican a Ana Pastor por llevar o no pañuelo. Por hacerse la lista o dejarse conquistar por el cuarentón publicista. Y es que para ustedes las mujeres entramos todas dentro de la misma categoría: la de quien es leída como un mero medio. Un medio objeto que no llegará a ser sujeto.

Ana Quiroga Álvarez

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