«El mundo me parece tan sucio cuando no estoy bebida»

Días de vino y rosas, Blake Edwards (1962).

Occidente se ha vuelto loco. Nos hicieron pensar que éramos unos rebeldes rebelándonos contra la propia rebeldía. Es tan sumamente hipócrita que hemos decidido creer que una panda de mentirosos dice la verdad. Incluso puede que tengan parte de razón cuando analizan nuestros problemas actuales, pero las soluciones que dan son del todo erróneas e interesadas; jamás irán en contra de su propio beneficio. Occidente se desintegra –quizá se lleve desintegrando desde que esta palabra existe –, pero es la realidad. El sistema cada vez da más muestras de estar agotado y en permanente decadencia, mientras que las grandes corporaciones se lucran y el ciudadano se empobrece, pagando las consecuencias. Después de 40 años de mentiras, la gente está confundida, harta de tanta estafa. En un panorama así, personajes como Trump o Le Pen, o situaciones como el Brexit sólo tienen margen para el triunfo. Putin está de moda. Nos han enseñado a que el PP no roba, a que son casos de corrupción aislada. Que el PSOE vela por nuestros derechos y que los empresarios son los nuevos héroes de la película. Dejad las drogas por favor. La derrota es de todos, del mundo entero que pelea por no perder la poca dignidad que aún le queda; pero es que siempre nos ha gustado soñar con imposibles.

El actual presidente de los Estados Unidos es el hombre de negocios perfecto, el político definitivo, fruto de las tesis neoliberales aplicadas en nuestra sociedad. Y Marine Le Pen el adalid del chovinismo francés, siempre tan presente en toda su cultura. Son producto de estos tiempos nefastos y de este sistema carnívoro, hambriento por un poco más de rentabilidad, por una porción más del pastel que nunca crece y donde cada vez hay más partes a dividir. Han llegado en el momento justo: se alimentan de la ignorancia, de la desconfianza de los ciudadanos a la política y a la élite dirigente. Juegan con su ilusión, con sus vidas. Representan el triunfo del individuo sobre la masa, el individualismo absoluto frente a los sentimientos de colectividad, de la lucha compartida. El triunfo de Trump representa la victoria arrolladora de la maquinaria financiera, de cómo ha subvertido al propio sistema para gobernarlo. Pero los políticos de todo el mundo se lo han puesto muy fácil, han entregado su poder sin apenas rechistar, con su ineficacia, poca diligencia y la total corrupción del establishment. Los mercados han conseguido hacerse con el mundo sin tan siquiera convencer a alguien, sin tener que ser elegidos democráticamente. Y mientras, seguimos pensando que la democracia existe, cuando nunca fue del todo cierto. Hemos pasado de creernos ciudadanos a ser siervos consumidores, dejándonos explotar para poder comprar un poco más, seguir consumiendo –meternos ese pico –, a seguir engañándonos. Nos han permitido bailar, pero nos han quitado la libertad. Al final tan sólo Netflix nos enseñará que es la libertad, porque en la vida real estamos cerca de perderla.

La verdadera novia de América
La verdadera novia de América

El discurso de los políticos y la realidad que presentan han dejado de tener sentido, de ser ciertas. Un ejemplo es cómo tras el colapso del sistema financiero en 2008, se rescató mundialmente a los bancos pero casi nadie pagó las consecuencias y aun así nada fue alterado, los gobiernos no cambiaron. Un sistema en fallida permanente, marcado por el fracaso de la globalización y la desestabilización que supone Oriente Medio. Lo que no saben aún es que lo peor está por venir. Los medios participan en esta gran estafa, en la gran mentira de la información mirando a un lado mientras los gobiernos deforman la realidad a su gusto. Nos dan una lectura simplificada del mundo, que previamente ha pasado un filtro y ha sido resumido; cualquier conclusión extraída de esto resultará errónea. Esta debería de ser nuestra mayor preocupación. Cuando la verdad no importa, la posverdad reina. La política se ha convertido en un teatro, cada vez más ficticia y alejada del mundo; porque abandonar los hechos, es abandonar la realidad.

Hagamos un pequeño viaje en el tiempo, echemos la vista atrás, para poder coger perspectiva. Muchos dicen que los culpables de todos los males actuales residen en nuestro particular eje del mal, que Reagan y Thatcher abrieron la caja de pandora y desataron la tempestad. No les falta razón, pero no ven el cuadro completo. Todo no empezó con ellos, pero se extendió sin remedio. Fueron participes de las políticas que vaciaron a Occidente del poder político, a la vez que el sistema financiero echaba raíces por todas partes, plantando la semilla del caos.

El germen de nuestro mundo actual y su delicado balance – más bien desequilibrio esquizofrénico – lo podemos encontrar en la Segunda Guerra mundial. Estamos en el final de una época más sencilla, y el inicio de un Nuevo Orden Mundial donde presidentes como Roosevelt y Truman, quién ya decía en sus tiempos «si no puedes convencerlos, confúndelos», tendrán mucho que decir. Estados Unidos ganó la guerra y por tanto dictó los cambios que marcarían  el devenir de la segunda mitad del siglo XX.

Estos movimientos de la política internacional inclinaron la balanza, pero no condenaron irremediablemente a sus naciones y jamás contemplaron el efecto tan destructivo de sus decisiones. El carpetazo definitivo a esa etapa dorada vendría con Thatcher, con Reagan y su desregulación, con sus Chicago Boys, la doctrina del shock, y con el neoliberalismo que sí funcionaba para crear consumidores con niveles de vida aceptables, con paliar los estragos de la desindustrialización –voraz en el caso de Inglaterra – pero no para fortalecer a los ciudadanos, ni sus democracias. A medida que se expandía el sistema financiero, se contraía el poder político y se resentían las democracias a ambos lados del Atlántico. Pasamos de querer ser libres a creernos libres por tener mercados mundiales abiertos y poder consumir más. Occidente tuvo que desmantelar sus industrias prácticamente de la noche a la mañana, como consecuencia de la fuerte guerra de precios del petróleo con las imparables subidas de la OPEP. Estos incrementos se debían al rechazo por parte de Arabia Saudí a Estados Unidos y su apoyo a Israel. Un pequeño movimiento en el tablero mundial que comenzó a finales de los 60, tuvo su boom en los 70 y tambaleó el sistema productivo de Occidente en los 80, agoniza hoy en día. Pero podemos remontarnos más atrás para hablar del primer tratado USA-Arabia Saudí por el control del crudo y del abastecimiento mundial. El rey Abdelaziz bin Saud y Franklin D. Roosevelt hicieron un pacto, mediante el cual uno subministraba su oro líquido a precios más que razonables por tecnología y soporte político, la única condición es que Occidente se quedase al margen de la religión en Oriente Medio. Lo que no nos contaron es que en Arabia está el germen del wahabismo, un movimiento dentro del islam sunita, radical e integrista que siempre ha gozado de apoyo institucional desde la llegada de la familia real al poder ya en 1920.

Juntamente con esta corriente tan conservadora y enraizada en la tradición, se mezclan con nuevas formas de martirio que aparecerán en el mundo chií, históricamente desarraigado del fanatismo, pero que poco a poco irá materializando una nueva forma de lucha. Este nuevo modelo de combate, a medio camino entre la religión y la política se basará en el sacrificio de los propios fieles por la causa; así nace el primer concepto de hombre bomba dentro del terrorismo islámico. Esta aportación a la guerra santa, acabó trasladándose a escuelas de pensamiento wahabita del mundo árabe que Arabia financiaba por todo el mundo islámico. Se produce en un determinado momento, en un contacto del grupo terrorista Hamás, de origen palestino –sunitas– con Hezbolá, del Líbano –chiitas–. Un proyecto muy lento, casi de gota a gota, pero ahora el vaso se ha derramado por completo. ¿Y quién tiene la culpa? La situación es delicada y compleja, aunque se puede trazar algún patrón. Con esto queda claro que el islam no es la fuente de terrorismo, porque terroristas los ha habido de todas las nacionalidades y religiones, pero sí que en este mundo anárquico de desconcierto y miseria, que Occidente ha participado en construir, es el caldo de cultivo para los fanatismos irracionales, y de la toma del poder de grupos como Estado Islámico.

Henry A. Kissinger –el Secretario de Estado de Estados Unidos  en la década de los 70 – es uno de los primeros políticos en tener una visión global del mundo y sus conflictos. Sus ideas se basaban en un mundo interconectado, interdependiente, donde a través de la agitación y desestabilidad se ayudará a construir ese nuevo orden del que tanto hemos hablado, basado en la ambigüedad constante, mantener la rivalidad entre dos bandos: buenos vs malos, democracia vs tiranía; estas serán las bases ideológicas de la Guerra Fría.

Malos muy malos, con nuestros buenos, no tan buenos.
Malos muy malos, con nuestros buenos, no tan buenos.

Afganistán también serviría como campo de batalla en otra guerra más inventada de Estados Unidos, en su cruzada contra el comunismo. No existía más distinción que la de bueno o malo, y obviamente el enemigo vestía de rojo. A lo largo de los años 70 se dieron varios cambios esenciales en el control del país. La monarquía fue depuesta y poco tiempo después un proceso revolucionario sacudió el país. El nuevo régimen comunista gozaría de soberanía hasta que el imperio yankee decidiera responder con armas ante las demandas de Arabia Saudí y hacer valer su pacto – recordemos seguridad por petróleo –. Para debilitar al enemigo conjunto y poder ganar rápidamente la guerra, Arabia Saudí mandó a Bin Laden a combatir y formar a los muyahidines –los contrarrevolucionarios afganos – y Estados Unidos se dedicó a dar armas a éstos. La situación cada vez era más insostenible, y Rusia también decidió entrar activamente en la zona, para ayudar al mantenimiento del nuevo régimen soberano. Pero la cosa se les fue de las manos. Además de acabar armando a lo que posteriormente conoceríamos como Talibanes, un grupo que tomó el poder tras la caída del régimen revolucionario también sería uno de los principales agitadores políticos a través de la yihad –guerra santa – y el terrorismo mundial. Los valores que la URSS intentaba imponer en su intervención en el país eran los que en primera instancia habían llevado a Estados Unidos a librar la batalla: una educación laica, progresismo y democracia. Pero la verdad no importaba, tan sólo estaba al servicio de la potencia americana y sus ansias de seguir alimentando esa lucha ficticia jugada en el tablero internacional llamada Guerra Fría.

Tony Blair y su amiguísimo Muamar el Gadafi, aquí no parecía tan malo
Tony Blair y su amiguísimo Muamar el Gadafi, aquí no parecía tan malo

Por no hablar de la incursión tras el 11S – otra vez en territorio afgano –, alimentada por ese maniqueísmo político que nos marcaría ya sin remedio en este siglo XXI. El conflicto que promovieron George W. Bush y Tony Blair a favor de la democracia y la libertad poco o nada tiene que ver con la realidad. Pero para poder actuar coherentemente habría que tener conocimiento de la causa, y quizá reconocer demasiados errores de los cuales les podían meter en problemas. Otra vez tenemos el enésimo ejemplo de como un conflicto complejo, donde errores pasados, redecillas históricas y guerras entre etnias había sido simplificado hasta la caricatura. Las tropas militares apoyaron a la parte más vil, a caciques que se lucraban del negocio del Opio, del tráfico de armas y sostuvieron a una policía corrupta que era parte del problema. La situación, de nuevo, se tornó insostenible. El ejército era balaceado allí donde llegaba puesto que se alineaba con los intereses que iban en contra de los valores por los cuales habían iniciado la guerra en primera instancia, como la democracia y la libertad, repetimos. El conflicto se volvió un despropósito y cada vez que alguien quería que atacasen a otra facción – ya hemos dicho que había también conflictos entre distintas etnias – tan sólo tenían que ir a los británicos y decir que eran talibanes, denunciarles por terroristas. Pero la verdad era que los talibanes se habían ido de Afganistán y estaban perdiendo el tiempo y la vida de mucha gente luchando por no se sabe muy bien qué. Otro fracaso más de las barras y estrellas, otra invasión genocida que acababa en el más absoluto desastre. Y aún sigue siendo así.

Pero Kissinger también puso sus zarpas en otro país de Oriente, esta vez le tocó a Siria. Hafez al-Asad quería crear paz en la región regresando a la población palestina asentada en sus territorios y con la loable idea de crear un mundo árabe unido. Kissinger jugó con al-Asad negociando diversos tratados de paz, con unos países bilateralmente, engañando a terceros, como los acuerdos que llegó con Egipto y la paz con Israel, de los que Siria fue deliberadamente excluida. Estados Unidos se creyó que podía jugar con la paz mundial y acabó por desestabilizar el mundo sin poder revertir el efecto, era como un niño con una pistola, impredecible y temible a partes iguales. Este es el origen primero de la discordia de Siria con EEUU, puesto que dio comienzo a esa forma nueva combativa que sería el terrorismo y su feroz antiimperialismo. Esta técnica fue sacada de la idea de martirio del Ayatolá Jomeini, donde los fieles podían sacrificarse por la causa –usado por primera vez en la lucha contra Irak –.

Lector, si pensabas que a estas alturas de la película habías tenido suficientes enredos, no te despegues de la pantalla porque aún queda lo mejor, ríete tú de los culebrones venezolanos. Reagan tras su fracaso en el Líbano, tenía en mente una nueva cruzada. Necesitaba un enemigo fuera de sus fronteras, para seguir alimentando a la apisonadora americana, pero Siria era demasiado poderosa. Dado que el actual “enemigo”, del que ellos habían creado su odio, era realmente peligroso, decidieron crear un antagonista a sus necesidades. Un Prometeo moderno: árabe, algo loco y muy tirano. Ni en los sueños más húmedos de Mary Shelley hubiera creído que un país en aras de la democracia y la libertad fuese capaz de tal cosa. En este mundo de pocas certezas, los cuentos góticos y los relatos distópicos han pasado de relatar historias fantasiosas a cada vez ser más verosímiles. En 1985 tenemos un supervillano internacional a la altura de lo que se espera, es el nacimiento de la superestrella política de Muamar el Gadafi. Puede que la MTV crease iconos pop, pero el gobierno de los Estados Unidos no se quedaba atrás. En aquel momento se encontraba solo y sin influencia, y recibe sin dudar la culpabilidad de varios atentados, que le hacen aumentar su popularidad, y comenzar a forjar ese perfil de malo de la película. Este nuevo arquetipo de dictador villano de Oriente Medio, irracional, loco y desequilibrado, será el que penetre en el imaginario colectivo.

Con esto pasamos al teatro que fue Irak y sus armas de destrucción masiva, ese armamento químico y letal que nunca llegó a encontrarse. ¿Os suena de algo la canción? ¿No se parece demasiado al relato actual de Siria? El socialismo elitista que hacía mucho tiempo que había olvidado a sus ciudadanos se unió con a derecha más belicista para perpetuar esa cruzada que Reagan empezó a favor de los Derechos Humanos –l pasándose todos por el Arco del Triunfo claro está –. De este magnífico acuerdo tenemos un bonito recuerdo: la foto del trío de las Azores. Imposible borrar tan perturbadora estampa.

El eje del mal
El eje del mal

Al-Asad muere en 2000 y uno de sus hijos – Bashar –, se hace con el poder; este apoyará a Irak, puesto que ambos comparten su odio por la nación americana. Por otro lado, Gadafi es reconvertido en héroe por Occidente después de aceptar “su culpa” y admitir que tenía armas de destrucción masiva, para seguir con ese masivo engaño colectivo, y así apuntalar los motivos que validaban la invasión de Irak en 2003. ¿La Primavera Árabe? Un cuento islamista que todos hemos decidido creernos. Gadafi volvió a ser  el malo de la película y Occidente hizo lo que mejor sabía hacer, dar armas, sembrar el caos y continuar cavando su propia tumba.

Si después de toda esta historia no os habéis enterado de mucho, no os preocupéis, es lo normal. Este es el sinsentido que reina actualmente y del que nadie sabe muy bien cómo salir. ¿Dónde están los buenos? ¿Quiénes son los malos? La realidad y la ficción se mezclan, para confundir al público y a los políticos. La realidad está al servicio de la política también. Y la política de hecho está dejando de ser soberana. El caos es sólo el comienzo.

Otra muestra de lo alejados que estaban de la realidad EEUU como primera potencia en todos los campos, fue como la URSS implosionó y nadie lo vio venir, cuando era evidente que nada funcionaba. El terror, el miedo, esa defensa de ideales de cartón piedra sembrado por esa guerra ficticia que suponía la Guerra Fría había alejado a Estados Unidos de la verdadera realidad. Adam Curtis –BBC–, en su documental Hipernormalization habla de este fenómeno. La hipernormalización es el proceso que se dio en la URSS por el cual todos sabían que el sistema no funcionaba, la economía no daba más de sí y los políticos mentían sistemáticamente pero todos hacían ver que las cosas seguían yendo bien. Porque no conocían una alternativa al sistema, aun cuando estaba en descomposición. La realidad fue hiperrealidad: una ficción de lo que verdaderamente era la realidad. Así como en Occidente los gobiernos de Reagan y Thatcher habían decidido hacer, simplificando y confundiendo al mundo, la URSS sufría agudamente del mismo mal. La cosa es que Más allá del telón de acero Occidente se creyó vencedora de un partido inexistente, de una guerra inventada. Nuestro sistema también está al borde del abismo y nadie lo ve venir, bien porque nadie lo está percibiendo o bien porque preferimos engañarnos a tener que afrontar la realidad. Que cayese la URRS no nos hace vencedores de nada; esto es algo que poca gente ha entendido. En una guerra inventada, el ganador no importa, porque no existe.

En este mundo separar lo real de lo ficticio se nos antoja casi imposible, pero la realidad es que la gente se muere de hambre y se condenan países enteros por cumplir con acuerdos virtuales y normas ficticias. Nos hicieron comulgar con la mentira, convertida en verdad, de que la política no servía para cambiar el mundo. Pero es del todo falso, la política bien encauzada, con líderes y pueblo al servicio de una idea es lo único capaz de mover al mundo, ya que es la voluntad y el consenso de muchos. Como prueba irrefutable de que sí se puede alterar el estado de las cosas tenemos la creación de la Unión Soviética.

La política desde hace 40 años tan sólo ha hecho que convertir al mundo en un cómic y a las personas en dibujos animados. Mientras que la demagogia en Occidente se vuelve el pan de cada día, mientras que se habla y se distrae la atención pública hacia ese eje del mal –creado artificialmente –  Irán-Cuba-Venezuela; cuando la realidad es mucho más dura y desoladora. Cuesta encontrar a buenos en este cuento, sobre todo porque la historia del mundo es una lucha por el poder, justificando siempre lo injustificable, ese patriarcado voraz que no comprende la paz, que no conoce otra forma que no sea la violencia y competencia. La brecha sin fondo de este sistema capitalista es tal, que sería capaz de producir ácido y estar bebiéndoselo al mismo tiempo, ese escorpión que sabe que pica pero que no puede hacer otra cosa salvo que dañar. La moral de Occidente no la marcan sus ideales, sino sus cifras en el banco. Y justamente lo que hacen falta son ideas en el mundo, nuevos valores que arrojen luz en un planeta sin brillo.

¿El verdadero Boss? Los dólares. Ya sabéis chicos, rebelarse vende
¿El verdadero Boss? Los dólares. Ya sabéis chicos, rebelarse vende

Dejamos de vivir el sueño de la lucha política, para vivir la realidad de los números, de las cuentas, de los maximizadores de beneficios y los agentes racionales. A medida que el sistema financiero se adueñaba del mundo –a través de los petrodólares y Arabia– la dignidad se volvía un tema ficticio, como de otro tiempo. La realidad era triste, y el futuro gris; así lo indicaban los números, así cuadraban los balances. Mientras, nos deshicimos de todos nuestros sueños por un mundo mejor, para vivir en este mundo de lo posible, de limitaciones cuantitativas y de la tiranía económica. La estabilidad es una nueva forma de terrorismo. Nunca nos prohibieron soñar, simplemente no nos lo podíamos permitir. Y así hemos acabado: justificando muertes de hambre, la violencia en medio planeta por unas cuentas virtuales, dejando que la realidad no importase, sin hacer nada por lo que sí merecía hacer algo. Y así nos convertimos en consumidores, de más hiperealidad, de más ficción real, de cultura vacía y de ideales sin ideas. ¿Ser ciudadano? Un imposible, no es eficiente. ¿La democracia?  Un mal menor, había que limitarlo a sólo votar, no se podía dejar que las mujeres y hombres decidiesen su voluntad; tan sólo debían de tener el espejismo de que así era. Porque ya bien dice el dicho «si votar cambiase algo, estaría prohibido». 40 años de engaño son demasiados para darnos cuenta del tamaño de nuestro error, de lo doloroso de la situación. Posverdad es que nos hayan enseñado a creer a que el hombre es egoísta por naturaleza, a simplificar la vida humana hasta ese punto. Pero es necesario. Somos esclavos “felices” y serviles de instituciones supranacionales, de multinacionales para nada democráticas y victimas de gobiernos nefastos. La revolución está en saberse oprimido, no creerse libre dentro de esta cárcel invisible. El mundo moderno es un engendro entre 1984 y un Mundo Feliz. ¿Quién les iba a decir a Orwell y Huxley que el infierno sería tan bonito y cómodo, que reunirá lo mejor del capitalismo y del comunismo?

Puede que Matrix esté aquí y no podamos tan siquiera verlo. Vivimos en lo virtual mientras nuestro mundo, cada vez también más falto de realidad deja de existir. O al menos se tiñe de un halo ficticio que lo impregna todo.  El cambio, la revolución, como siempre aplazada sin fecha límite. Quizá ya nada importe, porque hasta lo importante se ha visto corrompido. O quizá deba de volver a importarnos todo porqué el punk murió hace mucho tiempo, y estoy segura que Reagan se retuerce en su tumba sabiendo esto. Quizá lo único que tengamos que tener claro es que siempre hay que luchar, que la vida tiene sentido y que todo es importante en tanto que se puede cambiar la realidad y nuestras vidas. Quizá por eso haya que tomar las calles, y los mundos virtuales a los que hemos dotado de realidad, para que todo vuelva a importar de nuevo. Quizá haya que acabar con este individualismo imperante que ve como un triunfo una sociedad sin valores y de libertad negativa, donde el ser humano se explota a sí mismo, se siente orgulloso y libre por ello.  Donde las mujeres deben de seguir siendo esclavas a la vez que se vende el feminismo en el primer mundo como un logro conseguido. Que las mujeres blancas occidentales podamos votar no significa nada, que una mujer CEO de una gran empresa cobre lo mismo que su partenaire hombre tampoco. La libertad está más allá de estos frutos circunstanciales de nuestro tiempo. La libertad tiene que servir para algo y dar propósito a nuestras vidas. El vacío de occidente se puede ver desde cualquier parte. Hemos creado la mayor ficción del mundo, tan elaborada pero a la vez tan simple que es sólo cuestión de tiempo que caiga.  Construimos paraísos de realidad en mundos de mentira. No tenemos techo y jamás tuvimos cimientos. Ya vivimos en San Junípero, ya vivimos para siempre, para nada.

Sufrimos de una ceguera permanente. La gran mayoría de las sociedades del planeta viven en una época postcolonial, no van a seguir tratándonos a Occidente de señoritos.  En lo único que hemos aceptado la orientalización es en la decoración del hogar. Este “primer mundo” con su mente jurásica y sus empresarios, sólo intenta seguir chupando hasta la última gota de sangre y el último euro de ellos, a cualquier coste. ¿Os viene algo a la mente? Podéis pensar quien tiene la culpa ¿Quién puede haber originado este mundo loco, que va cuesta abajo y sin frenos? Nuestras soluciones son como tratar de curar el cáncer con tiritas. Hay que usar la política, hay que tomar el mundo. Nos estamos muriendo de soledad, de indiferencia, de apatía.

Nos hemos acostumbrado a lo simple, a lo rápido, cuando el mundo es complejo, sus problemas son complicados, así como sus soluciones. Quizá nuestro mundo no fue el mejor de los mundos posibles que todos hemos deseado siempre, civilización tras civilización, sistema tras sistema, generación tras generación. Pero no es tiempo para hablar de Leibniz. Esto es lo que tenemos, es lo que nos ha tocado vivir. Puede que uno de los pocos patrones que se presentan a lo largo del tiempo, ese icono contra el que el feminismo pelea incansablemente, es que el hombre blanco occidental, esa institución social, histórica, política, económica y filosófica, es culpable de muchos de los dolores de cabeza actuales, de la miseria moral y podredumbre existencial en la que nos vemos sometidos. Podemos invocar a todos los demonios que nos acechan, esa insantísima trinidad formada por el capitalismo, el patriarcado y la supremacía blanca. Este sistema se basa en la competencia, en la violencia y en el afán extractivo – Silvia Federici ha escrito libros enteros sobre esto –. Y todos los sistemas patriarcales hasta la fecha basados en el hombre, Dios, la razón o el dinero han fracasado sin remedio. Puede que una visión feminista del mundo sea necesaria, que rechace las vías rápidas, los conflictos violentos, a favor de la dignidad humana, de los derechos humanos, de los sistemas democráticos, que fortalezca los vínculos de paz que tan desconocidos son en nuestro planeta y ayude a encontrar soluciones.

Despierta, vivimos en una mentira
Despierta, vivimos en una mentira

La gente está sedienta por creer, y el mundo necesita una renovación integral, de ideas, de valores y de personas que lideren estos cambios que tienen que venir. Tan sólo nos hacen falta nuevas metas, nuevos sueños por los que poder seguir peleando conjuntamente, donde individuo y sociedad se fundan. No es sólo feminismo, es antifascismo, antirracismo, ecologismo, antispecismo, queer y un sinfín de luchas que pelean por un mundo mejor. Hacer posible un planeta donde no haya varios mundos, tan sólo uno, unido y próspero. Porque nunca podemos perder la esperanza. Si continuamos haciendo lo mismo de siempre, seguiremos obteniendo los mismos miserables resultados. Este planeta pide paz, pide armonía, pide hermandad. Lo que no pide son más guerras por hidrocarburos, no más bombas, ni niños sin casa. Tampoco pide una tierra marchita y un aire irrespirable, ni un Occidente yonqui de la deuda, dejándonos tiranizar por nuestros acreedores, saltando de burbuja en burbuja y crecimiento basado en la especulación. Hay luz más allá del túnel, por muy largo que sea. Tan sólo nos está costando salir un poquito más de lo que pensábamos.

¿Qué tal si comenzamos aquí, comenzamos ahora a cambiar el mundo? Seamos participes de algo que nos atañe a todxs. Porque si no se puede con la reforma, tendrá que ser con la revolución. No hay nada más temible que la rebelión de un cordero.